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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 4 9 la gracia de Cristo frente a la malicia humana, según d ijim os antes. Varios intérpretes, de Barth , según vimos, no dudan en presen­ tarle como defensor «inevitable» de la apocatástasis que él direc­ tam en te no intentaría. Si toda la reprobación del hombre pecador la asumió Cristo tom ando la forma de Siervo, el hombre quedaría reprobado sólo en la medida en que lo pudo estar Cristo y nada más. Por otra parte, la H istoria de Salud no nos hab la de n ingún reprobado en forma definitiva y absoluta, ni aún en el caso de Ju­ das. Por eso la predicación de la Iglesia, cree Barth , debe dejar abierta la cuestión de la reprobación definitiva. En el último fondo de esta tendencia apocatástica de Barth cree­ mos subíate la idea protestante de Dios como puro dinam ismo voli­ tivo, pura Libertad. A esto hay que añadir la concepción de Dios como pura Gracia, según exigiría la Biblia. En ta l caso y por deri­ vación lógica de este doble principio, Dios, por una parte, no podría decidirse m ás que a ser G racia en Cristo. Y siendo en Cristo pura Gracia, ya no queda lugar para condenar a los que en Cristo ha agraciado. La apocatástasis sería entonces inevitable y, en cierto sentido, necesaria, supuesta la libre decisión graciosa en Cristo. Pe­ ro por otra parte, aun la libre determ inación de ser Gracia en Cris­ to, no hay que concebirla como imponiendo un desarrollo necesario a la Econom ía de Salud. Por eso insistiría Barth en que la Iglesia no debe enseñar la apocatástasis, es decir, no debe proponerla como tesis, porque eso sería atentatorio de la gratuidad de la G racia en Cristo. Sin embargo, hay que predicar en la Iglesia que Dios es G racia de elección para todos en Cristo y sólo Gracia. La m isma «reprobación» sería un mom ento dialéctico de la G rac ia : La Gracia que se revela pasando por el abismo de la rebeldía hum ana que la niega. Hablando en nuestra forma mentís católica diríamos que K . Barth insiste tan un ilateralmente en la voluntad salvifica universal de Dios en Cristo y, además, defiende un Cris trocen trismo tan ab­ sorbente, que ya no deja lugar para o tra acción divina distinta, que no sea elegir a todos los hombres en Cristo, ya sea en la luz y por vía positiva de la «elección», ya sea a través de la via negativa y oscuridad de la «reprobación»: todos form an un único coro de glorificadores de la G racia ds D ios que se revela en Cristo, el D ios- Hombre Elegido-Reprobado. Por otra parte, nadie ha dicho en for­ m a indudable, que algún hombre concreto haya sido ya reprobado por D ios y colocado en situación in fernal «e te rn a »; n i aún aquellos que aparecen como reprobados, o prototipo de reprobación en la Biblia, por ejemplo, Esaú y, sobre todo, Judas, cuya «misión» de

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