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3 8 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » venir a aliviar aquella situación. El amor de Dios tiene recursos in fi­ n itos para encontrar «otra» solución. Veamos los motivos de esta «reserva» de la cura de alm as respecto al infierno. La existencia del infierno es un auténtico misterio. Las dificu ltades que ofrece a la razón y a la sensibilidad hum anas, son muy superiores a las que ofrece cualquier otro dogma, ya que comprometen — según nuestros alcances— el concepto básico de la religión, D ios-Am or. Cargado de tan tas oscuridades e incertidumbres, lo más prudente será una estudiada «reducción» tan to en la frecuencia, como en la importancia y amplitud con que de él se hable. Se precisa una ex­ posición muy equilibrada para que el tem a resulte beneficioso y edificante para los oyen tes; se juzga, además, poco apto para fo ­ m entar la piedad cristiana sólida. En efecto, la vida religiosa cristiana debe estar fundada sobre la generosidad, la espontaneidad libérrima del amor caritativo que responde y se en trega al in fin ito Amor gracioso de Dios. La fe en la gracia, en la resurrección, la alegría de estar redimidos, son las verdades básicas, las auténticas impulsoras de la moralidad y reli­ giosidad específicam ente cristianas. El infierno sólo debe aparecer como un sustitutivo, cuando aquellas verdades fa ltaren o se hicieren inoperantes para provocar, en casos muy concretos, la decisión reli­ giosa ante Dios. Mas aún, en muchos casos el pensam iento del infierno podría re­ su ltar estéril y hasta inhibitorio. Son bastan tes los hombres que po ­ drían sentirse psicológicamente paralizados por el m iedo al suplicio eterno. Aún al hombre cristiano no le es fácil comprender la razón de un castigo eterno para el pecado humano. Por eso, cuando pre­ siente que su conducta va a ser tan duramente castigada, en vez de sentirse estimulado a ser mejor, se deprime. Siente surgir en el fondo de su alm a una incon fesada rebeldía frente a Dios. Su dign i­ dad hum ana se sublema frente a la perspectiva de un castigo en que su m ismo ser de hombre, su dignidad hum ana originaria queda des­ trozada, sin posibilidad real de llegar a rehabilitarse. El cristiano se siente pecador, pero no puede ver claro por qué h a de estar eterna­ mente sometido al u ltraje, al desgarram iento, a la ignom ia inconm en ­ surable. Estas reflexiones pueden provocar, en vez una entrega libre y amorosa a Dios, una cansada rendición, no exenta de resentim ien ­ to, del hombre que se cree hum illado y ofendido. Todas estas circunstancias hacen que, para el cristiano de espí­ ritu cultivado, el dogm a del infierno sea poco adaptado y, en casos, deprimente. Es un fenómeno psicológico de observación general, el hecho de que, el temor excesivo inhibe las mejores fuerzas de espí

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