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36 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » D. Infierno y solidaridad humana El sen tim ien to de honda solidaridad hum ana que siente el h om - ore del siglo X X es íru to del cristianismo, aun cuanao se busque a veces por medios profanos y aun antirreligiosas. La división de los hombres en diversos «pueblos» con su lengua y su cultura, la considera el Génesis como un fruto de la «hibris» hum ana que quiso llegarse al cielo sin contar con Dios. A la inversa, fru to de la caridad h a de ser el que ya no exista griego ni bárbaro, sino sólo el nuevo hombre en Cristo. Esta fraternidad no ha de ser un valor y realidad puramente espiritual. Tam o ién puede y debe tener repercusiones externas y so ciales. El progreso de la técnica y de la cultura moderna puede oer una ayuda para incrementar el espíritu de fraternidad hu mana universal. El hombre occidental es más individualista. Tra ta sólo con Dios y resuelve ante él sus más complicados y hondos pro blemas religiosos, piensa en su salvación o condenación personal. Y desde aquí com ienza a preocuparse del destino de los demás. A l pa recer los orientales nunca piensan que el individuo pueda salvarse ni ser feliz sino lo es la comunidad hum ana. Así se comprende la reac ción que Dostoiewski sorprende en Iván K a ram azov: no quiere el cielo si su felicidad ha de comprarse a costa de la desgracia eterna de otros hombres. M ientras haya su frim ientos eternos, él no quiere el cielo, devuelve decididamente su billete de entrada. Pues bien, el infierno tiene como consecuencia el que la fra tern i dad hum ana va a ser imposible para siempre. Gran parte de la hum a n idad estará gozando de Dios en el cielo, pero otros muchos hom bres serán totalm en te desgraciados en el infierno. Entre ambos, co mo dice el Evangelio, se h a establecido un abismo absolutamente in franqueable. En esta situación cabría p regun tar: ¿Cómo es posible que los hombres hab itan tes del cielo sean felices m ien tras otros h om bres de su m ism a carne y sangre su fren atrozmente en el infierno, sin posibilidad de redención? No se nos alcanza cómo pueda haber una Comunidad de los santos imperturbablemente feliz, m ien tras el dolor eterno amarga el existir de los condenados. Tamb ién los santos y más ellos que nadie, deberían sentirse solidarios, responsables y com padecer junto con sus herm anos desgraciados. De nuevo podría pen sarse si el dogm a del infierno eterno no compromete al M ensaje cris tiano de salvación en un punto e sen c ia l: en la realización de la idea de caridad y fratern idad universal.
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