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34 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » de la reprobación divina. El que conozca un poco este problema en si m ismo y en su historia, nos dispensará fácilmen te de intentar «resolverlo». Más adelante, al exponer el concepto de Dios Amor ve emos cómo se concilia este Amor paternal con la posibilidad de condenar a alguien al infierno. B. El infierno y la Cruz de Cristo La m ism a objeción se prosigue hasta adoptar form a más concreta en torno a la Cruz de Cristo. Ella es la expresión m áxim a del amor de Dios perdonando al hombre pecador. Tan to amó D ios al mundo que le dió a su H ijo Unigénito. El m ismo H ijo, dice S. Pablo, nos amó y se entregó a sí m ismo por nosotros. Sin duda que el hombre in ju ­ rió gravemente a Dios con el pecado. Pero Dios liquidó el asunto del pecado en form a enteramente original y suya : entregando a su H ijo a la muerte y librando de ella a los pecadores. A l que no cono­ ció pecado le hizo pecado por nosotros. El es el m onum en to de pro­ p iciación ; el amor y honor que El dió a la Trinidad satisface por el pecado de todos. La Justicia de Dios quedó reparada en el Calvario. Ahora bien, si la voluntad divina de perdonar fue decidida y seria ¿qaé sentido ha de tener el hablar una pena eterna por el pecado del hombre? S. Pablo pregunta con aire triun fador ¿dónde está, muerte, tu victoria? Pero si hay infierno eterno, la muerte puede presentar, por toda la eternidad, el trofeo de sus condenados. Además, se dice que Cristo «redimió» al pecador. Pero si llega a caer, a pesar de todo, en el infierno, ¿qué sentido tiene el decir que fue redimido? Entender la «re­ dención» como mera «oportunidad de salvación» ofrecida a todos no parece una solución aquietante del problema. C. Infierno y gravedad del pecado. La conciencia cristiana siempre h a percibido una relación in trín ­ seca, esencial, entre pecado e infierno. Forman una realidad m á s amplia y honra, un único misterio de iniquidad en doble m an ifes­ tación. Como en nuestros tiempos se h a atenuado notablem ente la conciencia del pecado y de su gravedad, nada extraño que este oscu­ recimiento de la gravedad del pecado haya afectado al modo de ver y sentir el dogma del infierno eterno. Seguramente que el cristiano medieval ten ía un sen tim ien to pro­ fundo de la inconmensurable gravedad del pecado. Incluso este sen­ tim iento encuentra eco en algún teólogo medieval que hab la de «cier­ ta malicia in fin ita del pecado». No garantizam os la exactitud teo­ lógica de la frase, pero sobre todo hay que decir que el hombre del siglo X X — aún el cristiano— participa poco de' estos sentim ientos

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