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A le ja n d r o de v il l a l m O n t e 33 Dios que mandó perdonar a los enemigos y perdonó a los que le cru­ cificaron , ahora, m isteriosamen te, se abstiene de ofrecer y dar su perdón, durante la eternidad, a los condenados. Insistiendo en el m ism o sen tim ien to se llega a pensar que esta actitud de Dios m an ­ tenedor del infierno, eterno, es «irritante». El pensam iento del in fier­ no puede incluso engendar una secreta aversión y encono contra Dios, en los que le quieren poco, provocando en ellos una subjeción for­ zada frente a un Poder aplastante, una obediencia cargada de resen­ tim ien to y de subconsciente disposición a la rebeldía. Estas reflexio­ nes — que podrían amplificarse indefin idam en te— sugieren el temor de que la idea del in fierno eterno oscurezca y perturbe en los h om ­ bres la idea del D ios-Caridad , poniendo en peligro la realidad y la idea básica del cristianismo. No se ve claro cómo susten tar el in fier­ no fren te al D ios-Caridad. No se quiere, aun en el plano del ob­ jetan te, negarla taxativam en te. Pero se comprende que el cristiano de nuestros días no quiera hab lar de eso. Es una fastidiosa pesadilla. Si hubiera alguna posibilidad, valdría la pena elim inarla del credo a fin de ofrecer a los infieles un concepto de Dios más atrayente, m enos duro, con rasgos menos repulsivos para la sensibilidad refi­ nada por el human itarismo de nuestra época. Un Dios que castiga con las torturas horribles y eternas parece excesivamente antropo­ mórfico. Conserva demasiado visible los restos de la imagen prim iti­ va de Dios terrible, que ceba su indignación castigando a los h om ­ bres. No está bien que demos motivos para pensar que nuestro con­ cepto cristiano de D ios todav ía no h a sido su ficientem en te limpiado de estos residuos de hiriente prim itivismo. Apoyándose de nuevo en ideas teológicas podría señalarse la di­ ficu ltad de armonizar el infierno con la voluntad salvífica de Dios. Es indudable que sobre este dogma de la voluntad salvífica las m a ­ yoría de los cristianos, durante siglos, no han tenido conceptos tan claros y tan amplios como los que ahora se han hecho comunes. Esta m ás débil conciencia sobre la voluntad salvífica universal y sin­ cera de D ios, pudo influ ir en prodigar demasiado el juicio divino de condenación, en hacerlo demasiado duro y en la insistencia en que la sen tencia divina sobre los precitos es absolutamente irrevocable. Puede admitirse que, en siglos pasados, los cristianos tuvieran ideas m enos claras y amplias sobre la voluntad sa lv ífica de Dios. Ideas ambientales y sentim ientos hum anos, estrictam en te humanos, in fluyen en la expresión de las verdades dogmáticas. Pero no es el concepto estrecho de la bondad de Dios, lo que creó el dogma del infierno. La conciliación entre la voluntad sincera de Dios de salvar a todos los hombres y la existencia real del infierno, estado de con ­ denación para algunos, reincide en la famosa y abrumadora cuestión 3

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