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26 IN F IE R N O , VERDAD «E T E R N A » de la próxima venida del Señor a juzgar a los vivos y a los muertos. Por eso el problema de la entrada en el infierno no ofrecía d ifi­ cultad. Pero al demorarse la Parusía surge la reflexión sobre este te ­ m a . G eneralm en te se afirma que la entrada en e l infierno n o tendrá lugar h a sta el día del juicio universal. Los textos evangélicos en su sen tido m ás inmediato parecen favorecer esta opinión. El m ismo San Agustín n o está seguro de cuando tendrá lugar el envío de los malos al infierno. San Gregorio m arca el paso decisivo hacia la doctrina actual. Y a desde el principio del siglo n se adm itía que los mártires en traban inm ediatamen te en el cielo. Posteriormente se reconoció la m isma prerrogativa a los santos. Por contraposición, los pecadores habrían de ir inm ediatamen te al infierno. Tamb ién hubo sus oscuridades sobre los habitantes del infierno : quiénes habrían de ir a él. Desde luego el diablo y sus ángeles están allá desde los siglos. Respecto de los hombres, la cosa no está clara. No hablemos ya de antes de la venida de Cristo. Los escritores an ­ tiguos les daban escasas oportunidades para evitar el infierno. P en ­ semos en los hombres actuales y futuros. Los paganos incrédulos irán, sin duda, al infierno. Sobre los cristianos no pudo haber problema al principio cuando duraba el fervor de los comienzos. Los cristianos, simples pecadores, parece que irán al cielo, después de ser purificados. Los herejes obstinados irán al infierno. Y a desde San Agustín se re­ pite continuamente la idea de que irán al infierno los herejes y los creyentes que hayan sido grandes pecadores. Ten iendo en cuenta esta rápida enumeración de los problemas y dudas en tiempo de los Padres, se ve con claridad que no hubo di­ ficultades de fondo en torno al infierno. Los tem as indicados son más bien secundarios y nunca se duda de lo principal. Por o tra parte, se trata de problemas y afirmaciones sustentadas por un pequeño grupo de escritores m ás o m enos teólogos. Su influencia en la gran m a sa del pueblo cristiano no pudo ser mucha. Pocos sabían leerlos y entender sus escritos. Un pun to realmente básico es el de la duración de las venas. Pero cuando Orígenes negó la eviternidad del infierno la reacción de la Iglesia oficial fue clara y rápida. Más abajo hablaremos de la apoca- tástasis y nos detendremos en el pensam iento de Orígenes. Otros es­ critores eclesiásticos, sobre todo el Niseno, mantuvieron las ideas de Orígenes. Estas «teorías» origenianas contrarias a la etern idad del infierno, provocaron la primera intervención pública del Magisterio de la Iglesia. El Papa V igilio condenó expresamente el error de Orí­ genes sobre la apocatástasis. Desde San Gregorio M agno se fija ya defin itivamente la doctrina católica sobre el infierno. Los problemas de fondo desaparecen, al

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