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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 21 Fuera ya de comparaciones, dentro del M ensaje evangélico tal in ­ terpretación resulta imposible. Todo lo anteriormente dicho nos ayu ­ da para comprender que la descripción del in fierno en boca de Jesús, n o es una especie de cuento traído al sermón con finalidad piadosa, ed ificante y moralizadora, sin ulteriores consecuencias. Sin duda Je­ sús nos hab ló del in fierno entre otros motivos, para que fuésemos buenos. Pero lo hizo en fo rm a tal que dejó bien claro que el infierno no es p a ra El un m ero recurso pedagógico. Y a hemos visto cómo no siempre hab la en parábolas sobre este tema. Además, la pará­ bola tiene su fondo real imposible de negar. Por otra parte, está en con tra de la seriedad y respeto con que Jesús hab la de D io s; con ­ tradice al concepto del Dios Santo e inviolable, al carácter de Señor con que Dios se revela siempre; al concepto de responsabilidad an ­ te Dios que tiene el hombre que de quien se hab la en la Biblia, Aun después de haber oido hab lar y contar la «historia del infierno» ou e - de el hombre no cumplir la voluntad de Dios y endurecer, en form a obstinada su corazón, ¿y entonces? Si el infierno es un recurso pe­ dagógico no quedaría a Dios otra solución m ás que «perdonar de todas maneras» y en ú ltima instancia. Nada hay más contrario al concepto evangélico de Dios, donde la misericordia el amor y el perdón son siempre una «gracia» y donación libre. Fuera de estas consideraciones más bien sistemáticas, una exégesis inm ediata de los textos que hablan del infierno no perm iten interpre­ tar preponderantemente esta verdad ccmo recurso pedagógico, provi­ sional, con vigencia lim itada a la existencia terrenal. Precisamente lo que tra ta Jesús de enseñar directamente es el destino de los h om ­ bres en u ltratumba, ante el ju icio escatológico de Dios. Se trata de revelarle al hombre lo que seguramente le pasará en la segunda ven ida de Jesús, si es que en esta no ha aceptado el M ensaje. El in ­ fierno es una realidad tota lm en te escatológica. Y sólo desde allí in ­ fluye en el tiempo y espacio nuestro de ahora. Ni hay fo rm a de que in fluya en nuestra conducta terrenal ni para lo bueno n i para lo míalo, sino en cuan to es una realidad que realmente existe en u ltra ­ tumba. D) La eternidad del infierno en el NT. La verdadera y más seria dificultad, en realidad casi la única que la inteligencia y el sentim iento hum ano tienen contra el infierno sur­ ge de la pretensión con que se presenta de ser «eterno», en el sentido m ás fuerte de la palabra. Es verdad que el sen tim ien to hum ano norm al rehuye la consi­ deración de las penas extremas y reacciona contra ellas; pero no es

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