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A L E JA N D R O DE V IL L A L M O N T E 17 M ensa je de Salvación. Si a la P a lab ra -G ra cia -Am o r de Dios quitamos esta posibilidad real y próxima que tiene para condenar a la muerte eterna al hombre desobediente, entonces le desposeemos de uno de sus caracteres esenciales: le quitamos su prerrogativa de ser Palabra de Señor, Palabra inviolable y santa, Palabra divina. Sobre este as­ pecto habremos de insistir m ás adelante. Y a que la aceptación de la Palabra de Dios tiene por resultado la vida eterna comunicada al hombre, el rechazar la Palabra tiene por resultado la «muerte eterna» del hombre. Este es para el NT. el con ­ cepto básico para explicar lo que pueda significar el infierno. La muerte eterna, a su vez, incluye dos cosas, sobre to d o : Primeramente sepa ­ ración y exclusión de la compañ ía de Dios y todo lo que ella lleva consigo; y luego otra consecuencia inevitable y expresamente subra­ yada por el N T .: el hecho de que tal exclusión supone el m áxim o dolor y tortura para el hom bre entero, para el cuerpo y para el a lm a del hombre en unidad perfecta. En contraposición a la felicidad comple­ ta que disfrutan los que está en compañía de Dios, participando de su vida eterna. Prescindiendo, por el m om ento, del problema de la duración de tal destino, creemos que apenas dejan n ad a que desear en claridad los textos del NT. que a firm an y suponen la existencia de la «muerte eterna» para algunos hombres como resaltado de una determ inación tom ada por Dios. Si tenemos en cuenta lo dicho anteriormente sobre la existencia del in fierno como m ito en las culturas antiguas y en el ambiente cultural m ism o en que fue escrito el NT ., apreciaremos en su verda­ dero valor esta afirmación del N T .: el infierno, con todas las tu r- turas que sus sobrias descripciones dejan suponer en el alma y en el cuerpo de los condenados, n o es destino trágico que la ley inexo­ rable de la existencia haya impuesto a todos o algunos hombres. El in fierno se hace depender, en form a del todo exclusiva, de la voluntad y determ inación personal y soberanamente libre del Dios personal. Con ello tenemos una ruptura comp leta, una diferencia cualitativa enti'e el m ito del infierno de las culturas antiguas y la realidad del in fierno en la Biblia. Desde el m om en to en que intervienen el es­ píritu, la persona y la libertad, el m ito — en sentido antiguo— , queda excluido, se hace imposible. Todo lo que acontece en torno al in fier­ no y a los condenados aparece sometido al dom inio personal de Dios y del hombre. No es un Hado ciego e implacable el que crea el infier­ n o ; ni puede concebirse como la personalización y dramatización ex ­ terna de hondos sentim ientos, problemas y soluciones humanas. El infierno cae plenam en te bajo la responsabilidad de dos seres libres: Dios, el Señor y el hombre, servidor de Dios. Con esto adquiere el in ­ fierno misteriosidad y grandeza de una realidad religiosa. El in ­ 2

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