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A L E JA N D R O DE V IL L A L M Û N T E 13 lógico-espiritual dentro del cual las afirmaciones más ta jan tes en ­ cuentran pleno eco y sentido relativamente «satisfactorio» para la inteligencia del creyente. A) La Palabra de Dios es « exigente » Tom am os aqui la Palabra en su sentido bíblico de palabra-acción , m an ifestación de sí m ismo. 5. Decimos que la palabra es el hombre, porque ella revela lo es, lo que piensa, lo que quiere hacer y lo que hace. Para la filosofía griega la palabra es símbolo de la idea y, mediante ella, de la realidad objetiva. Para la Biblia es símbolo del qu erer-acción : cuando Dios hab la m an ifiesta lo que El h a decidido hacer en form a irresistible. Frente a la Palabra de Dios el hombre su interlocutor, no tiene m ás que «oir-obedecer» (ak ou e in -h ip a - kouein). La Palabra de Dios es fuerza creadora, voluntad de querer, de poder y de acción. Esto no quiere decir que la Palabra anule la colaboración del hombre a quien se dirige. Precisamente, la m áxim a m an ifestación empírico-religiosa de la dign idad del hombre consiste en ser imagen de Dios. Y el ser imagen quiere decir, en ú ltima instan ­ cia, ser interlocutor de D io s: poder responder y ser «responsable» ante Dios. La Palabra de Dios es creadora de esta doble «responsabi­ lidad». Para poder «responder» y porque Dios quiere que el hombre «responda», para eso le hizo libre, en el m ismo sentido metafísico de la palabra. Con todo lo que esto lleva consigo en el ser total del hombre. Como consecuencia de esto podemos decir que la Palabra de Dios siempre es «exigente» para el hombre. Este no tiene otra cosa que hacer más que oir-obedecer, aunque también puede resistir a la P a ­ labra. Esta cualidad de ser «exigente», autoritativa, le viene a la P a la ­ bra de D ios de que ella es expresión de un querer señorial, de un querer «divino». Dios siempre que hab la, hab la en Señor y para ser recono­ cido como Señor. Tan to en el AT ., como en NT ., nos h ab la continua­ mente del Reino de Dios, de la voluntad de Dios de venir a reinar, a señorearse, en fo rm a absoluta y exclusiva, de la inteligencia y el amor, de la vida en tera del hombre por la fe, esperanza y caridad. De esta actitud inequívocamente señorial, participa la Palabra de Dios. 5. Entre la abundante bibliografía sobre el tema, cf. W. Eichrodt, ob. cit., vol. 2-3, pp 40-48. E. Stauffer, Die Theologie des N. Testaments, Genf, 194:5, pp. 38-42. Kittel, THW z NT., «kerisso» y similares, «euanguelion» y similares, «logos» y similares. Pr. X. Arnold, Das Wort des Heils als Wort in die Zeit, Trier, 1961, pp. 21-28.

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