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GABRIEL DE SOTIELLO 319 problema del «otro», y añade que apenas será necesario indicar que lo más esencial del pensam iento antropológico de Israel pasó al acervo doctrinal del cristian ismo y con éste a la cultura que luego se llamó occidental. Por otra parte, hoy la filosofía es ante todo antropología. Esto no quiere decir que el hombre viva hacia dentro, en una atm ósfera cerrada de idealismo subjetivista, n i que se niegue o desconozca el mundo en torno. Sobre todo ello estam os muy lejos de las doctrinas que tuvieron vigencia durante los últimos siglos. Sino en e l sentido de que toda otra realidad se nos pa ten tiza y h a sta adquiere para nosotros sentido cuando la consideramos referida al hombre. El h om ­ bre e s «lo absoluto del mundo que, porque le h a sido con fiado el mundo a su custodia, se muestra como un soberano servidor y ya no como un soberano absoluto sin más» (H . V . Balthasar). O tra de las novedades que m ás se h a encumbrado en e l cielo de la filosofía es la novedad del tiempo, ese tiempo del que las filosofías clásicas no sabían a punto fijo qué hacer con él y que hoy se ha instalado como en su ca sa en medio de la especulación filosófica de nuestros días. Lo m ismo la ciencia que la filoso fía se h an dado cuenta de que el tiempo no es un cuadro homogéneo, una especie de espacio siempre idéntico, dentro del cual se han venido desarrollando los acontecim ientos cósmicos y humanos. Pues b ien ; veremos cómo la B iblia está abierta, y en avanzada, respecto de esas dos direcciones que absorben una buena parte de la preocupación filosó fica actual. Hubo un tiempo en que se consideró la filosofía griega, sobre todo la aristotélica, como la filoso fía sin más, sin darse cuenta de que aquella filoso fía llevaba dentro principios que nada ten ían de filo ­ sóficos y que invalidaron posturas m íticas que subyacían en el fondo de aquellas primeras seguridades filosóficas. Sentido de esta relación. Cuando hoy se hab la de filosofía y revelación no se pretende volver a aquellos tiempos de polém icas ingenuas en que se pretend ía buscar una concordancia entre la B iblia y la ciencia. Todas aquellas esca ­ ramuzas por uno y otro lado ten ían como base un presupuesto más que discutible. S e partía de que no había otro modo de saber válido que el científico, en tend ida la ciencia en sentido positivista. A n te el pavor que in fund ía la acusación de que algún saber no fuera ciencia, teólogos y filósofos se esforzaban por demostrar que sus respectivos saberes eran perfectam en te científicos. Eran los tiempos en que se

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