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1 0 4 SILUETA SICOLITERARIA DE MANUEL MACHADO los feroces ojos inyectados en sangre helada fijos y crueles», «lle­ vándose a los viejos y a los débiles», nos lo llevó para siempre. LAS COORDENADAS DE SU SER Aunque siempre haya que desconfiar de autocríticas, casi siempre autobombos, y de confesiones literarias — de bondades m ás que de de­ fectos, o de éstos en lo que ellos puedan tener de elogiables o discul­ pables— y de diarios íntimos, escritos casi siempre para ser leídos por cuantos m ás m e jo r ; sin embargo, sí podemos fiarnos, para conocer a un poeta en su ser anímico, de los rasgos sicológicos que, con más o menos inconsciencia, se le van deslizando por los puntos de su p lu ­ ma. Porque el poeta — hab lo del lírico naturalm en te— cuando de ver­ dad lo es, va dejando siempre algo de su íntimo ser en lo blanco de sus versos. En el caso de Manuel Machado la selección de esos rasgos se hace difícil en una breve cita por lo apretada que ésta tiene que ser y por la abundancia de ellos. Por eso, como a voleo, y sin preten ­ siones de n ingún género, traigo aquí solamente algunos de sus versos autobiográficos para evidenciar lo preciosos que ellos son para la urdimbre esquemática de su biografía espiritual. Extrañamente Manuel Machado inicia sus dos épocas de produc­ ción poética con sendos autorretratos. Más espontáneo, m á s alegre, m ás fragan te de sueños y primaveras, pero m ás superficial, el p ri­ mero ; m á s retórico, m ás aséptico, más recogido en recuerdos y año ­ ranzas otoñales, pero más hondo el segundo. Y los dos con rasgos sicológicos inapreciables. «Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron — soy de la raza mora... vieja amiga del sol...-». No era tanto la herencia fisiológica árabe, cuanto la sicológica, lo que Manuel Machado acusaba en su vida. Cierta languidez síquica, indolencia ingén ita para el trabajo, el gozoso anclaje en la «dulce vagancia», que dijo Séneca, una abulia prematura que acusa p a la ­ dinamente el propio poeta: «Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer». E lecto de aquella languidez y de esta abulia, un mariposeo sobre las cosas y la vida, sin calados en la reflexión y en el análisis, al m e ­ nos h asta bien en trada la edad madura, y siempre a la espera de sensaciones superficiales:

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