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MODESTO DE SANZOLES 131 destreza todos los recursos idiomáticos y expresivos de la lírica y tan pronto nos sorprende con una delicada comparación: «como la noche eres dulce y terrible, misteriosa»; con una atrevida imagen o una ingeniosa metáfora: «la campanada blanca de maitines»; tan pronto nos regala una acariciante alegoría: «es mi nave y va a partir, / puesta en lo ignoto la fe. / Sólo viajar es vivir. / No sé dónde voy a ir, / e ignoro si volveré»; como una descripción que es todo un cuadro en trazos rítmicos: «era un suspiro lánguido y sonoro / la voz del mar aquella tarde... El día / no queriendo morir, con garras de oro, / de los acantilados se prendía»; tan inesperadamente nos des lumbra con una catarata de adjetivos en intensificación exuberante: «una nota de clarín / desgarrada, / penetrante, / rompe el aire con vibrante / puñalada»; como nos sobrecoge con una austera sobriedad, un poco en pugna con su temperamento barroco-andaluz: «el ciego sol, la sed y la fatiga..., / Por la terrible estepa castellana, / al des tierro con doce de los suyos, / — polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga». O esta síntesis esquemática, estilizada, de una completa biografía: «Fue va liente, fu e hermoso, fu e artista. Inspiró amor, terror y respeto. En pin tarlo gladiando desnudo ilustró su p in cel T in toretto. Machiavelli nos narra su historia de asesino elegan te y discreto. César Borgia lo ahorcó en Sinigaglia... D ejó un cuadro, un puñal y un son eto ». Poco más o menos, es lo que nos queda de muchas biografías, es critas sin esa sabia virtud de la sobriedad. Pura característica manuelmachadina lo es también la lealtad a sí mismo, a su consciente y conocida personalidad poética, no hipo tecada ni a los brillantes astros de París ni al meteoro deslumbrante de Rubén. Porque Manuel Machado lo pudo ser todo, hasta el autor, un poco autobiográfico, de El mal P o em a ; pudo incluso incurrir en pasajeros extravíos, pero lo que no pudo nunca fue ser desleal a sí mismo, hipócrita o fariseo en sus versos, no ser Manuel Machado. Por eso la verdad, la sinceridad, esa ecuación entre corazón y cerebro, entre sentimiento y expresión, fue siempre el alma de toda su poesía. Tampoco pudo nunca Manuel Machado dejar de ser español, en toda su vida. Nada tiene, pues, de extraño que todo lo hispánico tuviera un eco digno en sus resonancias métricas, cualquiera que fuese el meridiano terrestre donde se encontrara. Por eso pudo hacer nada menos que en París uno de sus más logrados poemas y uno también
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