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MODESTO DE SANZOLES 1 2 5 de gritos melódicos, len tos o subitáneos que dio a veces el son a mis con tem po rán eos». Es indudable que conocía, porque los maneja, si no a la perfección, sí con dominio y soltura, todos los secretos e ilimitadas posibilidades métricas y rítmicas de la poética castellana. Por eso, lo mismo forjaba la saltarina melodía de una seguidilla: «Pero la copla de luz, del paraíso andaluz, la graciosa charlatana que dice toda Sevilla, es la alegre seguidilla sevillana, llena de sol y de sal». que armoniza o instrumenta polifónicamente unos redondeados ale­ jandrinos en tetrástrofo: «Y a su lado, el poeta , rom eo peregrino, sonríe a los de ahora, que andamos ¡el camino, y el galardón nos muestra de su claro d estino: una palm'a de gloria y un vaso de buen vino». Pero digamos también, en honra a la verdad, que la musicalidad poética del autor de CADENCIAS DE CADENCIAS no es la empaque­ tada, taximétrica y torrencial a lo Zorrilla, o la de amplias tonalida­ des, marcial y sonatinesca a lo Rubén, no ; cromático o diatónico, su sistema no es nunca de línea recta. Polimórfica y de variados hori­ zontes, no desdeña lo clásico como antigualla enmohecida, ni se casa con todo lo moderno por snobismo estólido. Es la suya una de esas músicas polifónicas en que, sin desentonar con el conjunto, cada voz lleva su propia melodía; una música más a lo Wagner que a lo Bee- thowen. No es difícil apreciar en ella algunas estridencias, quizás hasta disonancias. Acaso la mayor afinidad para su música poética haya que buscarla en la orquestal y densa, pero un tanto caprichosa a las veces, de su gran amigo y doblemente compatriota Manuel de Falla. Indu­ dablemente los versos a él dedicados, los últimos que compuso nuestro poeta, tienen resonancias de «La danza del fuego», los ecos del agua cantarína del Generalife o de «Atlántida», con las notas de campanas submarinas perdidas en los puntos suspensivos de un glauco imperio de fantasía poética: «Angel, sombra, gracia, aquel... Desde la cumbre nevada