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MODESTO DE SANZOLES 1 17 en los lim itados espacios de un simple bosquejo literario, el análisis pormenorizado de la fan tástica can tidad de ritmos usados por el autor de ALMA . An te esa imposibilidad material voy tan sólo a detenerme en el exam en y análisis de dos de los metros de arte mayor m á s u sa­ dos por nuestro poeta y que son a la vez de los más característica­ m en te usados por los modern istas: me refiero al alejandrino y al en ­ decasílabo. En el alejandrino sigue Manuel M achado el cam ino marcado al modernismo por Rubén Darío, abandonando sistemática, si no defi­ n itivam en te, el tradicional español, representado en la antigüedad por el «Mester de clerecía» y modernamente por el Romanticismo. Las diferencias entre ambos — el tradicional y el modern ista— son muy sensibles. B a sta poner en parangón un tetrástrofo de la cuader­ n a vía, de Berceo precisamente, y un cuarteto monorrimo de Manuel M achado en el que can ta al autor de «Los M ilagros», para apreciar a simple oído sus diferencias rítm icas: «Quiero fer una prosa en román paladino con el cual suele el pueblo fablar a su vecino, ca no son tan letrado per fer otro latino, bien valdrá, como creo un vaso de bon vino». (Berceo). «Ya están ambos a diestra del Padre deseado, los dos santos varones, el chantre y el cantado, el Grant Santo Domingo de Silos venerado y el Maestre Gonzalo de Berceo nomnado ». (M . Machado). La primera diferencia que notamos recae sobre la pausa o cesura medial. En el alejandrino de Berceo esta pausa divide invariablemente dos hemistiquios perfectam en te iguales, de los que cada uno form a un con jun to rítm ico independiente. Lo que quiere decir que la sílaba sexta se comporta siempre como final de verso para el valor métrico. Pero hay m á s : a esta pausa rítm ica medial corresponde, casi inva ­ riablemente, también, una pausa sintáctica. En cambio, en el a le jan ­ drino modern ista la cesura medial, por lo común — y a veremos que no siempre se cumple esto en el sentido estricto— pervive, pero desde luego con una vida menos intensa, m enos definida, menos personal. H asta encontraremos versos en los que esta pausa, en cuanto a su temporalidad al menos, llega a ser puramente teórica, corno en el primero de la estrofa m achad iana ahora citada. D igo en cuanto a su temporalidad, porque en cuan to a su valor hem istiquial es indu ­ dable allí su presencia. Tan to es esto así que en el verso «en m i alma herm ana de la tarde no hay contornos» se nos da un caso bien sig ­ nificativo en el que la preposición «de», prosódicamente átona equi

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