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MODESTO DE SANZOLES 111 los valores nuevos que el modernismo aportó a la form a poética, sobre todo en su parte expresiva. Caracteriza precisamente al modernismo un culto ferviente, idolátrico casi, a la forma. El modernismo se es­ forzó por encon trar — y en gran parte lo consiguió—• una expresión poética más aquilatada, más exquisita, más refinada. Con atrevim ien ­ tos e innovaciones felices en el uso — hasta el abuso en no pocas oca ­ siones— de la m etáfora, de las sinestesias de las trasposiciones se­ m án ticas y demás recursos ornamentales del lenguaje, sus logros son innegables. La frase se afiligrana en enca jes de maravilla expresiva; la imaginación trenza arabescas de efectos h iperestésicos; y la sub­ jetividad se a fana en la búsqueda de una originalidad novedosa, con éxito halagüeño a veces, y otras, con fracasos en los que la m á s ele­ m en ta l objetividad se pierde en las h inchadas olas del subjetivismo interpretativo, caprichoso y extravagante. Heredero, sin no h ijo, de la poesía parnasiana, el modernismo re- valoriza el ritmo versal, al m ismo tiempo que desvaloriza la silaba­ ción métrica y la isometría estrófica, como también la cesura h e - m istiquial. El ritmo vuelve a ser el elem ento form al y formativo del verso. Por eso, conscientemente algunas veces, inconscientemente m u ­ chas más, vuelven a in form ar el verso los ritmos clásicas grecolatinos, sobre todo los fundamentales, espondaicos, trocaicos, dactilicos, ana ­ pésticos y anfibráquicos. La musicalidad del verso es indudable que pierde melodía incluso a veces hasta armonía, pero adquiere, en cam ­ bio, sonoridades insospechadas, contrapuntos agradablemente e fe c ­ tistas, cromatismos mágicos. Claro que este alejam ien to de la m elo ­ día tuvo sus quiebras, pues si en los maestros de orquestación versal produjo a veces, Rubén, Machado, Morales, efecto de maravilla y en líneas generales aceptables; en los discípulos imperitos determ inó no pocas extravagancias y detestables arbitrariedades. Por su parte la herencia que le viene del simbolismo estimu la a la técn ica modernista a establecer una especie de alquimia del lenguaje en la que las transvasaciones y las afinidades m ás insospechadas, por el sistema de alusiones y de imágenes visionarios, producen una sen ­ sación de laboratorismo encantado, y de sem an tism o ilusionista. Y lo cierto es que todo esto deja un sabor agradable en el gusto estético, halagado por las indudables bellezas — ¿nuevas?— ' que resultan de una tam ización tan esmerada. La cesura, ese gran elem ento rítmico en los versos de arte mayor de nuestra lengua y en los clásicos grecolatinos, su fre en la técnica modern ista una profunda desvirtualización, llegando incluso a desa­ parecer en n o pocas ocasiones. «Los modernistas, dicen D íez-Echarri y Roca Franquesa, empiezan primero por atenuarla, mediante hábiles encaba lgam ien tos; después desnaturalizan su sentido tradicional, h a

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