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única y totalm en te dentro del modernismo. Esto puede afirmarse in ­ cluso de aquella producción suya salida a luz bastan te después de que el fenómeno modern ista había abandonado la actualidad para pasar a la cripta de la Historia. Sin embargo, el modernismo del simbiótico sevillano-parisién no es — m e atrevo a decir— de pura escuela. Qui­ zás tampoco hubo escuela pura modernista. El modernismo de M a ­ nuel Machado es un modernismo de cuño personal, asim ilado y som e­ tido al organismo poético de un recio vate. Para comprobarlo no estará demás un somero análisis caracterológico de este fenómeno poético. El modernismo se caracteriza en España por la intranscendencia general de su tem ática y por un esteticismo no poco anárquico en cuanto a la forma. La tem ática modernista florea siempre en la su ­ perficie. Hasta en el tem a del amor. Se can ta más la aventurilla erótica, que la pasión, lo fisiológico-anatóm ico de la m u jer más que su encanto aním ico y su eterno femenino. El modernismo adviene al campo de la poesía con un signo o matiz casi periodístico. Por eso lo que escoge es la anécdota m ás que la historia, lo noticiable más que lo analizable, irresisteblemente le a tra ía : «Cuando de hinojos, Reina y Madre, miro vuestra divina imagen, en madera, barro y color, la propia vida diera para dárosla a Vos, en un suspiro». De ahí también sus preferencias por lo popular, por lo folklórico, por lo alusivo histórico o mitológico. La modernista es poesía de accidente m ás que de esencia o su stancia ; de superficie m ás que de hondura, de cuerpo más que de alma. Es una poesía sin apenas problemática ni angustia. S in preocupciones hondas y universales. De no mucha lógica y casi n inguna m etafísica. Otra característica del modernismo es la exacerbación de la in ­ dividualidad, pero una individualidad también más de epidermis que de músculo, de negación más que de afirmación. No le importa tanto la estructuración afirm ativa del «yo» como la remoción del «nosotros». Por este cam ino la norm a es suplan tada por la suge stión ; la fantasía, por la im ag inación ; la melodía, por la estridencia ; la intim idad, por el estrépito; la sensación por la sensorialidad; el dibujo, por el color; la reflexión, por la improvisación. Nada, pues, tiene de extraño que, pasada — y tan rápidamente— la fiebre modernista, haya quedado en tan poco su aportación a la poesía perenne. De m ayor importancia y de efecto más duradero fueron sin duda 1 1o SILUETA SICOLITERARIA DE MANUEL MACHADO

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