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7 6 DOS INTERVENCIONES CONCILIARES MALOGRADAS las lisonjeras noticias del legado imperial, envió una legación suya compuesta de cuatro franciscanos, presidida por Jerónimo de Ascoli (Nicolás IV) con si fin de que explicaran convenientemente la pro­ fesión de fe redactada por Clemente IV, que debía aprobar el con ­ cilio. Los legados pontificios comentaron su contenido, naturaleza y amplitud en una serie de coloquios con los dignatarios griegos. Ante todo les demostraron la m áxim a benevolencia para con los ritos orien ­ tales, y luego, sin exagerar la controvertida fórmu la del Filioque, les pusieron de man ifiesto su legitim idad doctrinal y su entronque con la doctrina de los padres griegos y de los concilios ecuménicos. A pesar de esta táctica hábil y condescendiente, el choque de ideas y doctrinas era inevitable. Los griegos — capitaneados por el indomable e in tran ­ sigente patriarca José— no se doblegan. Replican que no ponen en tela de juicio el valor dogmático que en traña el Filioque', pero no pueden adm itir el derecho que se arroga la iglesia latina de añadir ni siquiera una sílaba al símbolo de sus mayores. Y les in tim an este d i­ lem a : o quitan aquella palabra del símbolo, term inando de una vez para siempre con aquel escándalo; o ellos se obligan con juramento a no adm itir jam ás la unión, pues no están resueltos a comulgar con los falsificadores del símbolo apostólico. An te este cariz nada esperanzador que tom aban las discusiones entabladas para allanar las dificultades, en tra en liza el emperador asesorado por Jorge el Chipriota. P inta con vivos colores los peligros que amenazaban la existencia del imperio y proclama traidores y reos de lesa patria a cuantos, por no firmar la unión, contribuyan a su ruina definitiva. Por otra parte no veía el por qué de tan ta hostilidad e intransigencia. Los documentos orientales hab lan claro de la or­ todoxia de la doctrina expresada por el Filioque, aceptada por todos si bien no incluida explícitamente en el símbolo. Además, entre griegos y latinos existía la más perfecta armonía sobre las verdades funda ­ m en ta les del credo, y era Inútil y dañoso perderse en sutilezas de poca o n inguna importancia. Por último, a nadie debía impresionar el nombre del Papa en los dípticos, puesto que en ellos se hacia mención de otros personajes menos importantes que el Obispo de Roma. El emperador, reduciendo al m ín im o las condiciones e in frava lu an - do la importancia de la unión, pensaba doblegar m ás fácilmen te la violenta oposición de los antiunionistas. Era una táctica equivocada, que podía obtener un triunfo superficial, pero no crear convicciones profundas y duraderas. Durante estas desleales, violentas y a veces dramáticas conferencias se jugaba el porvenir del concilio, y en ellas descubriremos más tarde el germen de su doloroso fracaso. Los grie­ gos; en esta fase preparatoria, se inclinaron ante una oposición e x ­ terna motivada por intereses políticos y utilitaristas. Su adhesión no

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