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MELCHOR DE POBLADURA 75 A la muerte de C lemente IV siguió la sede vacante m ás larga de que hab la la h istoria : ¡casi tres años! Por fin los conclavistas, el 1 de septiembre de 1271, elegieron a Teobaldo Visconti (Gregorio X ), a la sazón caballero cruzado en Palestina a las órdenes de Eduardo rey de Inglaterra. La providencia hab ía escogido el hombre que las circunstancias reclamaban en el m ismo campo de combate. Gregorio X subió a la cátedra de Pedro con una intensa experiencia oriental co­ loreada con los estragos del cisma. Se puso inm ediatamen te en ca ­ m ino hacia occidente sin apartar los ojos n i el corazón de oriente. En su mente bullía ya uno de los puntos cardinales de su p on tificad o : la unión de las iglesias y posiblemente la liberación de Jerusalén. Su actividad cambia métodos y armas, pero no muda finalidad e intentos. Desde que ciñó la tiara (27 marzo 1272) fue un paladín denodado de la concordia, de la caridad y de la paz religiosa. Y no le movieron razones utilitaristas de política contingente (como al em ­ perador) ni mezquinos intereses humanos, sino motivos religiosos de orden muy e levand o : la belleza de la unidad de las iglesias, la bondad de la unión de todos los h ijos de Dios rescatados por el Verbo en ­ carnado. Este nobilísimo ideal se concretó en el punto culm inante de su breve, pero fecundo y glorioso pon tificado: el concilio ecuménico de Lyon. El anuncio solemne dado a los obispos del orbe católico y a los príncipes cristianos data del 31 de m arzo de 1273. Conocedor de la mentalidad de los cristianos orientales polarizada hacia los concilios ecuménicos, le interesaba sobremanera la presen ­ cia de los representantes de la iglesia griega. El 24 de octubre envió la invitación al emperador, al patriarca de Constantinopla, y al p a ­ triarca de Armenia, rogándoles que intervinieran personalmente o por medio de sus delegados con plenos poderes. Cerciorado de la buena acogida de la invitación, el Papa sin pérdida de tiempo orien tó su actividad en dos direcciones, una doctrinal y otra diplomática, con ­ vergentes a un solo fin : asegurar la presencia de los orientales y su adhesión al símbolo de la Iglesia latina. Tarea ardua y difícil, pero no imposible. Preparación próxima. La acción, que hemos denom inado doctrinal, y que era la m ás di­ fícil, se desarrolla en Bizancio. El emperador hab ía enviado a Roma, mensajero de su voluntad, al franciscano Juan Parastrón, griego de origen y conocedor de la cultura latina, apóstol de la unión, a la que había ofrecido su vida. Como respuesta a esta cortesía y alentado por C o n v o c a c i ó n d e l c o n c i l i o .

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