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7 4 DOS INTERVENCIONES CONCILIARES MALOGRADAS vestía un matiz político y u tilitarista ; pero se ventilaba una cues­ tión tan importante, que las razones de política contingente no po ­ dían impedir a los papas de tom arla en consideración. Por consiguien­ te Urbano IV (1261-64) primero y Clemente IV (1265-68) después en ­ viaron sus legados para que con los representantes de la iglesia grie­ ga estudiaran detenidamente la nueva situación en sus repercusiones con los problemas dogmáticos, litúrgicos, disciplinares y jurisdiccio­ nales, que estaban a la base del cisma. Fue un mérito indiscutible de C lemente IV el haber enunciado desde el primer m om en to las con ­ diciones claras e inequívocas del debate y de la deseada unión, para evitar que los griegos, llegado el momento de sacar las conclusiones, con su habilidosa diplomacia se salieran por la tangente, como te ­ m an por costumbre. Y sin más comentarios les presenta la profesión de fe o símbolo que sin titubeos ni reticencias debían aceptar. El texto reproducía el Credo católico ta l y como lo enseñaba y creía la iglesia latina en todas y cada una de sus partes, dando particular relieve a los puntos controvertidos: procesión del Espíritu Santo, pan ácimo, purgatorio, primado. La reacción de los representantes orientales fue v iolenta y comenzaron a poner en juego la intriga y la simulación, apelándose a un concilio ecuménico que solucionara de modo ina ­ pelable las cuestiones divergentes. Esta táctica dilatoria soslayaba el problema fundam en tal. Mas el Papa, con visión clara y certera, re ­ plicó que no podía hablarse de un concilio que pusiera sobre el tapete la discusión problemática de «la verdad purísima, ciertísima y so li­ dísima de la fe ortodoxa», puesto que discutirla equivalía a ponerla en duda. Por tan to, que admitieran la fórmu la o símbolo propuesto sometiéndose a la Iglesia de R om a ; y luego solicitaran enhorabuena la celebración de un concilio, pues sería de sumo agrado para él con ­ vocarlo inm ediatamen te en la ciudad que a ellos m á s pluguiera. A este punto habían llegado las negociaciones, cuando moría C le­ m ente IV (29 nov. 1268). Por fortuna no se interrumpieron, y el por­ tavoz del colegio cardenalicio (el card. Rodolfo Gasparini), en con ­ formidad del espíritu y de la letra de las normas clementinas, in ­ sistía en que en el proyectado concilio todos los orientales, desde el em ­ perador hasta el ú ltim o clérigo, debían obligarse bajo juram ento a aceptar incondicionalmente y a guardar fielmen te, sin adiciones ni omisiones, la fórmula de fe propuesta. El haber expuesto al detalle el problema unionista durante el pon ­ tificado de Urbano IV y C lemente IV (1261-1268) no ha sido aban ­ donar el tema. Las negociaciones constantinopolitanas entre los re­ presentantes del Papa y del emperador pueden considerarse como la preparación remota del concilio lionés. Como veremos, allí se sigu ie­ ron estas directrices y se sancionaron estas conclusiones.

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