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MELCHOR DE POBLADURA 73 consecuencias de haber infravaluado la gravedad del momento h is­ tórico fue la apatía y el desinterés con que se le miró, perm itiendo que se consolidara el cisma proclamado con tan ta ligereza en C on stan ti- nopla. No hubo una reacción inmediata y adecuada. Pasó mucho tiem ­ po antes de en frentarse seria y sistem áticam ente con el problema de los disidentes, tan vital para la misión salvadora de la Iglesia. ¿Cómo explicar este retraso rayano en la indiferencia? La sociedad occi­ dental atravesó un período en el que se tenía m ás fe en la espada del cruzado que en la cruz del m isionero... y en la gracia del Espíritu Santo. Un viento de conquista sacudió el occidente e impulsó a los cristianos de todos los países al rescate m ilitar de la Tierra Santa sin dar la debida importancia a lo más esencial del p rob lem a : el res­ cate espiritual de las cristiandades del oriente, ramos frondosos des­ gajados del fecundo árbol de la Iglesia y arrastrados por el vendaval de las pasiones humanas. Ni la epopeya de las cruzadas, ni el reino latino de Constantinopla fueron un remedio sino un obstáculo a la unión de las iglesias. Los atropellos y desórdenes a que una y otro dieron lugar abrieron una brecha infranqueable entre griegos y la ­ tinos en el campo político y religioso: hirieron las tradicionales sus­ ceptibilidades patrióticas y aumentaron las divergencias sen tim en ­ tales. Así pasaron dos siglos largos sin que la San ta Sede trazara y a c­ tuara un plan de acción bien ordenado para restablecer y soldar la unión rota por el cisma, prescindiendo de las armas, con las que más que la salvación del individuo y la unión de las almas se hab ía pre­ tendido la unidad del imperio temporal y el prestigio de la hegemonía pontificia. Conversaciones preliminares. Con la feliz aventura de la reconquista de Constantinopla en 1261 llevada a cabo por Miguel V III Paleólogo, cambió el rumbo de la s i­ tuación religiosa y se imprim ió un ritmo nuevo, hasta entonces des­ conocido, a las negociaciones unionistas. Sentando en el trono de sus antecesores, el emperador pudo m irar en torno y se percató de su inestabilidad. Por oriente avanzaban irresistibles las fuerzas otomanas acaudilladas por el legendario Bibars (la Pantera), m ahom etano fa ­ nático que deseaba acabar con los cristianos. Por occidente se per­ filaba amenazadora la política expansiva de Carlos de An jou aliado de las huestes del destronado Balduino II que organizaban la recon ­ quista del imperio. Para romper el asedio y asegurar la estabilidad del trono, el Paleólogo se dirigió a Rom a planteando el problema de la unión de las iglesias. Indudablemente la iniciativa imperial re

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