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9 8 DOS INTERVENCIONES CONCILIARES MALOGRADAS de la salvación. Y ésto pesa mucho en la balanza justiciera del devenir histórico. b) Por o tra parte, con la inalterable y sincera voluntad de reali­ zarla, pusieron de m an ifiesto que la unión deseada, si bien era difícil ( ¡ y más difícil de lo que muchos c re ían !), no era imposible, sino más bien, una urgencia insoslayable de la vida de la Iglesia. La h istoria sigue siendo m aestra de la vida. Hojeando rápidamente algunas de sus páginas, hem os entrevisto errores, que hoy pueden y deben evitarse; ensayos y métodos, que a nadie es lícito ignorar; esfuerzos y empresas, cuya noble inspiración puede ser muy a lecciona­ dora. Acaso por haber echado en olvido estos inten tos, experiencias y fracasos, muchas buenas voluntades fueron ineficaces; n o pasaron de la flu ida esfera de las veleidades al fecundo campo de las realidades. ¡O ja lá su recuerdo nos evite tan dolorosa experiencia! Y el inten to hay que repetirlo. En este m om en to h istórico y en vista de un concilio ecuménico, en el que la Iglesia cifra sus m ejores esperanzas, sería una cobardía contentarse con ser simples espectadores del drama. Sin desmayos ni titubeos todos los cristianos m ilitan tes deben aspirar a ser actores y posiblemente protagon istas de la nueva cruzada. Cada uno con su granito de arena para reconstruir el templo de la unidad tan ardientemente deseada por Jesús y por su Vicario. En el discurso dogmático de Bessarion leemos e sta frase alen tadora : «Cuando Dios está presente, no hay que desesperar de nada». Valga como augurio el consejo que el beato Raimundo Lulio daba a los franciscanos empeñados en la ruda labor m isonera : «Tal vez vosotros no convirtáis a los infieles ni reconquistéis para los cristia ­ nos los lugares santos de Palestina. Pero tened entendido que un noble esfuerzo nunca es inútil. La palabra y el ejem p lo inspirados por el amor nunca caen en el vacío. Vosotros mostráis el cam ino a los m i­ sioneros de los siglos venideros y la Madre del Salvador os bendicirá» (C f. M . Andre, Le bienheureux Rayrnond Lulle, 3 éd. Paris 1900, p. 135). M elchor de P obladura , O. F. M. Cap. Roma.

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