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MELCHOR DE POBLADURA 9 3 derador y un adalid incansable de la unidad. El dominico Juan de Ragusa, que había convivido con él dos años, dibujó m agistralm en te el retrato de este venerable anciano y con rápidas y vigorosas p in ­ celadas lo presentó como dechado perfecto de virtud y ciencia, como la figura más excelsa de la iglesia griega, digno émulo de los santos padres. D ada la personalidad del difunto patriarca y el m om en to crítico de su muerte, el doloroso episodio pudo tener consecuencias graví­ simas, según el dicho evángelico: «Heriré al pastor y se descarriarán las ovejas del rebaño» ( M t. 26, 31). En efecto, Marcos Eugenio, siem ­ pre al acecho de pretextos, comenzó enseguida a maniobrar con el fin de anular las decisiones conciliares, atribuyéndolas al in flu jo de­ term inan te del patriarca difunto, y que por lo m ismo habían perdido todo su valor y eficacia. A fortunadam en te la divina providencia h a ­ bía preparado el fracaso de estos desleales m anejos antes de que se organizaran en peligrosa ofensiva. ¿Qué había sucedido? El pa triar­ ca la víspera de su muerte con m ano temblorosa hab ía redactado su testam en to espiritual, documento de capital importancia que com ­ prometía todas las maniobras antiunionistas y trazaba a los un io­ n istas el plan a seguir y que él rubricaba, poniendo un punto final al capítulo ya demasiado largo del cisma. Anunciaba solemnemente a sus h ijos espirituales que suscribía todo lo que la antigua Rom a creía y en señaba: la procesión del Espíritu Santo, las penas del purgatario y el primado del Romano Pontífice. Decreto de la unión. Casi al dictado de este testam en to espiritual se pasó al estudio de las cuestiones controvertidas todavía no resueltas. Rápidamente se llegó a un acuerdo acerca de las penas del purgatorio, puesto que versando el obstáculo sobre la modalidad del fuego, se soslayó la dificu ltad decretando que las almas que atraviesan el dintel de la eternidad, no del todo limpias, «se purifican después de la muerte con penas purgativas». Con la m ism a rapidez se resolvieron las d ifi­ cultades eucarísticas. Se adm itió la legitim idad del pan ácimo y del pan ferm en tado y se convino, en cuanto a la epiclesis, que la consa­ gración se concluye con las palabras de Jesús que obran el milagro de la transubstanciación. A lgún contratiempo ofreció el primado, cuestión de palpitante actualidad que pon ía frente a frente las dos iglesias en actitud reta ­ dora. An te la proclamación de la Iglesia latina de la je fa tu ra suprema y universal del obispo de Roma, los griegos reconociendo el primado de honor, rechazan su jurisdicción sobre el emperador y el patriarca

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