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8 6 DOS INTERVENCIONES CONCILIARES MALOGRADAS solamente la unión del oriente y el occidente podía superar victo riosamente. b) Valoración espiritual. Al margen y muy por encim a ds este factor político, se m ov ía una m inoría de espíritus selectos que ju z gaban in fin itam ente baladíes e insign ificantes las razones y pretex tos que m an ten ían en pie al cisma y la división ; y, por otra parte, v a loraban positivamente las ven ta jas que recibiría la sociedad, y sobre todo la Iglesia, del restablecim iento de aquella unión que entraba en los planes del divino Fundador, y que intereses mezquinos y rivalidades humanas habían roto hacia cuatro siglos. c) Mentalidad latina. Los ecos de esta comprensión y fraternidad llegaban a occidente en un momento histórico muy propicio. El gran cisma occidental (1378-1417) hab ía sido una gran hum illación para los latinos. Esta dolorosa experiencia les hab ía hecho ver cómo no toda la sinrazón estaba en Bizancio, pues tampoco ellos habían sido capaces de vivir unidos a pesar del m ismo rito, de la m ism a cultura y de la m isma fe. Habían palpado los desastrosos efectos de la d i visión, y por la ley de los contrarios, ahora sen tían nuevas ansias de unidad y concordia. Habían zan jado felizmente sus diferencias en un concilio, y se percataron de que éste era el m ejor cam ino para ter m inar las controversias que dividían el oriente y el occidente, abatir las barreras de los prejuicios y armonizar las divergencias doctrinales. Ta l era el clima unionista que se respiraba en el primer cuarto del siglo xv y en el que Eugenio IV (1431-1447) iba a desarrollar su fecunda labor. Todos sus predecesores habían considerado como un derecho inderogable y como un deber sacrosanto de su gobierno tra ba jar por la unidad de la grey que Jesús les confiara. A lo largo de los siglos el reclamo de la unión hab ía resonado con la insistencia y la monoton ía de un estribillo. Desde que ocupó la cátedra de Pedro, su cediendo al Papa que concluyó el cism a occidental (M artín V) en 1431, lo puso al centro de su fu tura actividad «ínter omnes alias res quan - Lumque graves», como escribía en 1435 a Cesarini. Con la voluntad tesonera propia de su carácter (¡a lg ú n tan to terco y testarudo, se gún cu en tan !) trabajó por resolver el problema de la unión, a llanan do las dificultades, que n o fueron pocas ni leves. La primera se refería al lugar del concilio, pues nadie dudaba ya de que en un concilio ecuménico hab ía de buscarse la solución.
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