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8 0 DOS INTERVENCIONES CONCILIARES MALOGRADAS Peloponeso). Llegaron el 24 de jun io y su en trada en la ciudad fue triun fal. Fuera por ín tim a convicción, fuera por captarse la benevo­ lencia o fuera por entrambas cosas, lo cierto es que los latinos les dispensaron un recibimiento apoteósico. Les salieron al encuentro los prelados del concilio, los camareros del Papa con toda la corte pontificia, el vicecanciller con los notarios y las com itivas de los ca r­ denales. La ciudad estaba de fiesta y las campanas tocaban a vuelo. El cortejo se dirigió al palacio en donde el Papa esperaba con los car­ denales. Fue un momento de honda emoción por ambas partes. Los griegos declararon que venían a rendir pleitesía al Vicario de Jesu­ cristo: ad ovinimodam obedientiam sanctae Románete ecclesiae, es decir a reconocer y abrazar su fe y a proclamar su primacía. El beso de paz selló aquel primer encuentro. El clima unionista se caldeaba más y más. Era lícito fan tasear un poco, recrearse con doradas ilusiones y concebir las más halagüeñas esperanzas. Desgraciadamente el tiempo se encargaría de echarlo todo por tierra. Pero no adelantemos los sucesos n i demos lugar a la tristeza y a la amargura descorazonadora antes de tiempo. La Profesión de fe o desenlace. Según el programa trazado por C lemente IV y aceptado por el emperador, los griegos no fueron invitados a discutir, puesto que la San ta Sede juzgaba superfluo y contraproducente todo debate acerca de los problemas expuestos con claridad en las fuentes de la revela­ ción. Se trataba sólo de algo así como de la lectura del pregón de unas fiestas y de la firm a de un pacto previamente concertado. De hecho en las credenciales de los delegados orientales no repercutían cues­ tiones insolubles; sólo había ecos m ás o menos lejanos de dificultades jurisdiccionales superadas y de divergencias doctrinales renegadas. El problema de la unión se p lanteaba en estos térm inos y por con ­ siguiente no hubo debate conciliar. Los representantes de las iglesias separadas, después de su triun fal y fraternal recibimiento, se lim i­ taron a acreditar sus poderes y a preparar el acto de la unión defin i­ tiva, es decir, la abrogación del cisma. El acto tuvo lugar el 6 de julio en la catedral engalanada. Los embajadores imperiales ocuparon el lugar reservado a la derecha de los cardenales. Gregorio X se com ­ place del resultado de la unión lograda tan ven ta josa como pacífica ­ mente y acto seguido el gran canciller Jorge Acropolita leyó la fó r­ mula de fe o símbolo en nombre del emperador y de toda la iglesia oriental. Asistimos al punto culm inante de la intervención unionista y podemos fácilmen te imaginarnos la emoción y la atención de la asamblea a la lectura de aquel documento trascendental que ponía

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