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6 8 SAN FRANCISCO O EL TRIUNFO DE LA GRACIA. nuevo aparece el santo como una gran fuerza en la m archa de la historia humana. Pero ya es tiempo de que apliquemos esta profunda h istoriosofia al in flu jo histórico de S. Francisco de Asís. R. Schneáder lo hace con ta les palabras de ponderación que parecen ofender la modestia del que quiso ser «el mínimo y dalos Francisco de Asís». «Inconmensurable en la historia, dice, iba a ser el poder de este mendigo. Pero la esencia de este poder descansa en que el fundador de aquella pequeña h e r m andad de pobres de Cristo estuvo tan cerca del Señor y del Juez de la historia, como nadie lo hab ía estado desde el tiempo de los após to les; como nadie quizá lo haya estado hasta nuestros días» 29. Francisco, cerca de Jesús, recoge las irradiaciones del Verbo en carne y las trasm ite a los que se le acercan. Es, por tan to, presencia continuada de Jesús. Esta presencia encubre y explica al m ism o tiem po el misterio de Francisco. Dejemos a un lado la comparación pon derativa d e que quizá no h a habido otro como él, pues toca esos m isterios que Dios h a escondido en sus santos. Pero m an tengam os el hecho grandioso que todos los comentaristas de la vida de Francisco proclam an : con el Pobrecillo de Asís surge una nueva primavera evangélica. Se sienten de nuevo los dulces pasos de Jesús en los ca m inos ásperos de la historia. Tan fuerte fue la conmoción de la presencia de Jesús en F ran cisco que llegó a provocar en algunos exaltados el delirio. El mon je calabrés, Joaquín de Fiore, unos años antes de aparecer Francisco, hab ía preanunciado como inm ed iata una nueva edad en la Iglesia: la del Espíritu Santo. El entusiasmo suscitado por el San to de Asís facilitó la aplicación de la supuesta profecía del Abad Joaquín. Este sería el Precursor, el S. Juan Bautista, y Francisco el Jesús de la nueva edad mesiánica que comenzaría a fe cha f ija : en 1260. Los m ejores espíritus fueron sustancialm ente extraños a estos desvarios, como S. Buenaventura, aunque su en tusiasmo por S. Francisco le m u e va a aceptar que ciertos simbolismos apocalípticos se habrían verifi cado en el santo. Hoy a varios siglos de distancia perscindimos hasta de estos simbolismos y aceptamos la interpretación que nos da R. S c h - neider cuando escribe: «Después de la muerte del santo se corrió la creencia de que con él h ab ía comenzado una nueva edad, la edad del Espíritu Santo. Pero lo nuevo que él trajo fue solamente la reno vación de la presencia de Cristo» so. 29. Idem, p. 34. 30. Idem, p. 123.
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