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FELICIANO DE VENTOSA 6 7 nosotros. Pero no se con ten tó Dios con esta aparición sustancial de sí mismo. Como fue temporal, quiso de algún modo perennizarla por medio de sus santos. Son, pues, los santos el .m ejor sustituto de la presencia de Jesús en la tierra. Si de su presencia, igualmente de su fascinan te poder. R. Schneider — a quien citam os ahora para con firmar nuestra pro­ pia tesis— , expresa esta idea teológica de la santidad cuando escribe: «Si pudiéramos seguir a los santos por el cam ino que les es propio, veríamos cóm o su vida desaparece transfigurada en imagen de Cristo. Esta vida en Cristo perdura más allá de todo tiempo. Mas precisa­ men te a causa de esta m isma inmersión del san to en la eternidad, actúa poderosamente en el tiempo de la h istoria con un poder in ­ comparable y lleno de misterio. Eli santo vincula el reino de la gracia con la temporalidad. Hace descender la gracia a la tierra» -s. En el lenguaje cristiano la gracia es la síntesis de todos los bienes y de to ­ dos los valores. Todo lo que es verdad, bondad o belleza, todo es g ra ­ cia. El santo, haciéndola descender del cielo a la tierra, hace pre­ sentes en ésta los supremos valores del espíritu. Y estos supremos v a ­ lores serán eternamente estimados y apreciados por el hombre que sentirá su in flu jo, muchas veces invisible, pero siempre eficaz. Esta acción es ciertamente incomparable y llena de misterio. Es incomparable, porque el alma hum ana, naturalm en te buena y recta por ser hechura e imagen de Dios, sentirá siempre la atracción de lo nob le y de lo alto. Es misteriosa, porque en las sendas secretas del espíritu y del corazón se dan cita exclusivamente Dios y el alma. El hombre, en sus m om entos de desfallecim iento, peor cuando llega la nausea y el hastío, padece la m aligna tentación de creer que la eter­ nidad feliz de Dios está cerrada a las ín tim as necesidades del tiempo. La gran misión del san to consiste en vincular co n el anillo de su sa n ­ tidad nuestro tiempo de m iseria con la dichosa eternidad de Dios. El tiempo sin vinculo con la eternidad es asco de vivir o, a lo sumo, estoico careo con la sim a a la que inevitablemente el hombre se acerca, la. muerte. Por el con trario; el tiempo que se siente vinculado a la eternidad es una senda, quizá áspera, a veces sombría, pero siempre senda de esperanza. El santo, al traernos un m ensaje de eternidad, nos trae igualm en te un mensaje de esperanza. ¿Y no es la esperanza uno de los grandes resortes de la historia? ¿No es el futuro incrustándose en el presente para darle su cuño su impron ta y su dirección? De 28. D ie S tu n d e d e s h l. F ra n z v. A s sisi..., p. 80.

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