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6 6 SAN FRANCISCO O EL TRIUNFO DE LA GRACIA. nam en te fascinadora de la bondad. Con letra mayúscula esta Bondad reside en Dios. Pero Dios va regalando a la h istoria hum ana partecitas de su Bondad, que la encarna en sus santos. Que son suyos por ser reflejo, testimonio, carne viva de su Bondad divina, de su eterna Bondad. En la literatura neop latón ica y en especial en el llamado Dionisio Areopagita se gusta de repetir que la Bondad de Dios es s e ­ m e jan te al sol que lanza sus rayos de luz por doquier. Uno de eses rayos de la Bondad de Dios es el santo. El san to traduce en lenguaje de carne, inteligible h a sta para el rústico aldeano a quien S. N ico­ lás ayudó, ese m isterio insondable de la Bondad de Dios, de la que d ijo un d ía Jesús, que hace lucir el sol para justos y pecadores. Al llegar aquí en nuestro razonam iento creemos tener los elementos necesarios para interpretar rectamente la in fluencia histórica del santo. Basta advertir que el santo hace sensible, pone a tiro de cua l­ quier observador hum ano el valor eterno de la Bondad de Dios, para comprender que la santidad es una palanca potente en la historia del mundo. En e fecto ; un elemental buen sentido, avalado por la re­ flexión filosófica, nos dice que el hombre se siente ineludiblemente atraído por los eternos valores que llam am os el bien y la bondad. «Amor meus, pondus m eum », decía S. Agustín. Pero este amor que es un peso es amor hacia el bien y la bondad. S. Buenaventura recoge la idea de que el amor es un peso para decirnos que en la intim idad de nuestra conciencia hay un algo, la sindéresis, que nos inclina hacia el bien. L a sindéresis es un « pondus » hacia el bien en la secreta b a ­ lanza de la conciencia. El hombre fundam en talm en te es recto, ha sido creado en rectitud. Sólo en m omentos de extravío y obcecación tom a la curva del mal. Y aun éste tiene que prsentarse bajo la imagen fa sci­ nante del bien. Sólo el bien atrae y subyuga. Demos un paso m ás y digamos con S. Agustín que ese bien que atrae y subyuga es en ú ltimo térm ino siempre Dios. « Feciste non ad Te...-». Pues b ien ; ya no en pregunta sino en afirmación categórica d i­ gamos que el santo es el poro celeste por el que la Bondad de Dios se filtra h asta la tierra. Un día el cielo se abrió de par en par. Y apa ­ reció la benignidad y humanidad de nuestro Dios Salvador (Tit ., 3, 4), apareció Jesús. Desde aquel día Jesús es la gran palanza de la h is­ toria, el gozne sobre el que giran los siglos. Los santos, poros de la bondad de Dios, son igualmente imágenes, aunque difum inadas, de la presencia de Jesús, que continúan y perpetúan la influencia de Este sobre la tierra. Dios que hab ita en luz inaccesible se hizo un día vi­ sible en la persona de su H ijo que vino a ser, no un insign ificante poro, sino la puerta grande y espaciosa por la que Dios vino a hab itar entre

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