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FELICIANO DE VENTOSA 65 verdades. Pero he aquí que en un cierto instante una de esas verdades se filtra de ese trasmundo en el nuestro, como aprovechando un poro que se d ila ta y la deja paso. El ideal meteorito queda proyectado en el intramundo hum ano e histórico» ;. Si cristianizamos este párrafo de filosofía platónica, nos parece obtener el siguiente resultado ideológico. Las ideas que P latón con templó en la región supraceleste, S. Agustín desde la teología las con temp la en Dios, y m ás en concreto, en el Verbo eterno e inmutable. Nuestro mundo temporal no se halla, por tan to, envuelto en la a t m ósfera platón ica de las ideas, sino en la atm ósfera divina del Verbo. Cada creatura es un m ensa je del Verbo que hab la a la inteligencia hum ana. ¿No m andaba S. Francisco levantar del suelo toda palabra escrita, aunque fuera de paganos, no sea que en ella se encontrara una partecita de esa verdad que el Verbo h a ido dejando por do quier? Tem a es este de vieja raigambre cristiana desde los días del filósofo apologista S. Justino. Vivimos, según esto, en una atmósfera espiritual en que están vigentes esas ideas eternas e inmutables, puras y elevadoras de la verdad, bondad y belleza, que han sido y serán eterna fascinación p a ra lo m ejor del espíritu humano. Por la teología católica sabemos que esas ideas están originariamente en el Verbo de Dios. Ahora bien, dice nuestro filósofo español, siguiendo el m ito p la tónico. «Un buen día una de esas verdades se filtra de ese trasmundo al nuestro, como aprovechando un poro que se dilata y la d eja pasar». An te este desgarro del cielo para dejar paso a las ideas, pregun té monos en cristiano — y quisiéramos hacer la pregunta con la máxima seriedad— : ¿No son los santos esos poros por los que se filtra la idea divina en la hum an idad? ¿No son los santos los testigos de la m ejor, de la m ás fascinan te de todas las ideas, de la que contempló P latón en la cúspide de su mundo intelectual, de la idea de B ien? Hagamos pausa y recojamos el aliento. Que la especulación tam bién necesita momentos de reposo. Dejem os por un m om en to esta subida m eta física y acerquémonos a la hum ildad diaria del santo. Dejemos a Platón y acerquémonos a un sencillo lego capuchino que, como el de A ltotting, es santo, abriendo la puerta de su convento. ¿Qué se advierte en él? Nada y mucho. Nada porque es el hombre de todos los días, con quien topamos a menudo, el que nos dirige el común saludo de la gente. Nada especial. Pero irradia un algo, un no se qué que nadie sabe decir, pero que todos comprenden. Irradia bon dad. El hombre que parece nada es un testigo de la idea eterna y e te r 2 (. C f. Q u é es filo so fia . M a d rid , 1958 p. 30.
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