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VALENTIN DE SOTO 231 Reconozcamos, con todo, que el tema en cuestión es altamente p e ­ ligroso. Un ligero exceso, una mala interpretación , podría conducir a enormes desviaciones prácticas. Esto no debe ser causa de desaliento, exige sólo cam inar con precaución . La verdad se va conqu istando siem ­ pre palmo a palmo, en un duelo d ifícil, en el que. son posibles algu ­ nas víctimas. Una nueva mentalidad debe ir formando ambiente, como resulta­ do inm ediato de los datos de la psicología. En primer lugar es p re ­ ciso estimular a una actitud comprensiva con el pecador. Cuando el psicólogo-m ora lista penetra con su m irada las profundidades del al­ ma pecadora en la que Dios y Satanás riñen la batalla se le debe exi­ gir que sea bondadoso y delicado. Llamará pecado lo que es p ecado ; y pecado mortal, lo que es pecado mortal. Sin embargo su condu cta p a ­ ra con el pecador será comprensiva y m isericordiosa. Hace ya 25 años que el alemán Klug, uno de los iniciadores de la Moral-Psicología, ha d ich o : «Quien conoce los pantanos de muchas grandes ciudades, que han empezado a enviar sus m icrobios y m inan las aldeas que viven en absoluta ca lm a ; quien considera el vaho erótico, invisible pero real, proveniente de esos pantanos, que entenebrece muchos con cep tos m o ­ rales, ese tal, comprenderá muchas cosas, aunque no pueda transigir con lo intransigible. Comprenderá muchas cosas que n o comprende el viajante observador, que con un texto de moral en la mano, visita Páris, Moscú, Nueva York, San Francisco, y quisiese decir: Aquí se enseña: quien hace eso ha com etido pecado mortal, y se encuentra, si no se arrepiente, en estado de condenación» !. Y es que ante tantas obnubilaciones del entendim iento, taras h e ­ reditarias, tantos obstáculos de la voluntad, tanto apasionam iento ciego, tan to p reju icio y sugestiones, se puede legítimamente p regun ­ tar p or el margen de responsabilidad allá en lo íntim o de la con cien ­ cia, donde sólo Dios puede leer. Quizás nunca com o a la luz de esta penosa realidad resultan vivificadoras y diáfanas, las palabras del evangelio: «No juzguéis y n o seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados: absolved y seréis absueltos..., La medida que con otro usáreis, esa se usará con vosotros». (Luc. 6, 37). En segundo lugar se h a de con ceder un alto valor y aprecio al esfuerzo personal por consegu ir la superación del estado ru inoso del alma. Puede hablarse de una moralidad positiva, cuando el individuo trabaja con denuedo por lograr la propia perfección , por más lejos que se encuentra de la misma. Este cam ina por decirlo así h a cia las alturas. No es in frecuente encontrar vidas, donde andan herm ana - 7. I. K lug , Le profondità dell’anima, trad. del alemán, ed. Marietti, 1952, 156.

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