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230 SENTIDODEL PECADOENUNAMORAL SIN DIOS do, y a pesar de la inm ensa casuística, sus soluciones resultan un tan ­ to impersonales, inadecuadas al caso individual. Y es que la mora:l, insistiendo en demasía en el aspecto puramente legal de la ley, se ha olvidado un p o co del hombre, de este hombre in ­ dividuo, con creto y real, en el que la m isma ley ha de ser vivificada. Siendo así que todo hombre viene a este mundo con un atuendo p sí­ quico con creto y determ inado, es preciso conocer además de las c a ­ tegorías abstractas de pecados y leyes, la estructura constitucional de cada alma, dentro de la ’ inmensa variedad de tipos humanos. En de­ fin itiva, el resultado ú ltim o en el orden ético proviene siempre de con jugar estos dos elementos de moralidad, ob jeto y su jeto. Lo d ijo San A gu stín : es preciso odiar el pecado y amar al pecador. El pecado del individuo X , es quizás el más grande. Pero el pecador X , ¿en que medida es responsable de sus actos? Este es, pues, el problema. Personalmente creo que se debe al abandono del estudio p sico ­ lógico del elemento su jeto esa tensión morbosa que a veces en con tra ­ mos en moral, entre teoría y práctica, cien cia y vida. Apena el que se haya podido llegar a considerar la teología moral, ciencia práctica por defin ición , com o al margen de la vida. Con todo, más de uno a la c a ­ becera de un moribundo, o sentado en el con fesonario, se hab rá sen ­ tido un si es o no pesimista. Contrasta a veces el esquema mental y exigencias del texto, con lo que dan de sí muchas almas. Ello puede p ro ­ vocar serios tormentos e indecisiones. Sin duda serian muchos los que suscribirían el pensam iento de aquel párroco de una gran ciudad, cuando expon iendo sus crisis a firm aba : «Si juzgásemos a todos los hombres según la m oral de... (citaba a un fam oso moralista) muy pocos se salvarían». Reconozcam os que el con fesor en el tribunal de la pen itencia consegu irá muy po co , si se lim ita a insistir en la ley objetiva, y no reconoce al m ismo tiempo las circunstancias y dispo­ siciones subjetivas, que indu jeron a pecar, o acompañaron al m e ­ nos el pecado. Por todo e llo el espinoso problema de la moralidad sub ­ jetiva y cu lpa moral está necesitando un profundo análisis y desa­ rrollo; los moralistas necesitan volver a sopesar las normas aprecia­ doras de la culpabilidad subjetiva. Del estudio de la dimensión sub ­ jetiva de la moralidad, vendrá sin duda la solución de muchas an - timonias. Ello n o supone en modo alguno, la desvalorización, siquiera p a r­ cial, de los princip ios morales. En este sentido la moral es absoluta, no admite transigencias. Los preceptos de la moral se imponen al individuo com o imperativo categórico, imposible de eludir. La posible dism inución de culpabilidad, a que pudieran llegar las modernas in ­ vestigaciones, en m odo alguno equivale a negar las normas trad icio­ nales del orden subjetivo de la moral.

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