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228 SENTIDODEL PECADOENUNAMORAL SIN DIOS dependencias en nuestro obrar, que lim itan la libertad. Baste reco r­ dar la in fluen cia horm onal que proviene de los procesos fisiológicos, la herencia temperamental y caracteriológica , los factores del am ­ biente, los impulsos y com p lejos del inconsciente con su dinam ismo e indudable poder en el com portam iento humano según la psicología analista. La psicología de las masas aporta también muchas con clu ­ siones en el m ism o sentido. De adm itir una marcada in fluen cia de estos factores en la c o n ­ ducta humana a conceder «todo» a un determ inismo ciego, negando la libertad, hay un paso decisivo que algunos no se acobardan en dar. En el curso de un Congreso de Sanidad celebrado en Londres en 1948 un profesor sueco, de Estocolmo, n o tuvo reparo en a firm ar que «la con cepción del libre arbitrio, deduciendo del m ismo la posibilidad de una cu lpabilidad moral, es en sí misma especulativa e imaginaria. El derecho al castigo, prosigue, está establecido sobre un con jun to de conceptos sin fundam ento empírico. No existe en el interior del organismo ninguna fuerza espiritual especial independiente del m is­ m o organismo, que pueda dom inar nuestras reacciones, puesto que éstas son el p rodu cto de todas las fuerzas bioquím icas, que prevalecen en el organismo en el m omento del acto» 5. De este m odo lo que nos­ otros llamamos faltas o pecados no serían más que deficiencias p sí­ quicas inevitables, y el pecador más que cu lpable sería un en ferm o, una víctima de su deficiente constitución , merecedor, en fin , de toda nuestra comprensión. En sem ejante h ipótesis el remedio pa ra el p e ­ cado, lógicamente, n o puede ser de orden moral, si n o de orden h ig ié­ n ico o natural. Sin entrar de lleno en el debate, pretendiendo demostrar la ev i­ dencia de una libertad su ficiente para fundam entar nuestra respon ­ sabilidad, basten a este respecto algunas observaciones. Si bien es cierto que, en casos evidentemente patológicos, determ inadas c om ­ p lejos neuróticos pueden coartar parcialmente o incluso suprim ir la libertad moral, no puede tomarse esto com o norma para en ju iciar las situaciones corrientes. La más elemental experiencia dice que e l h om ­ bre es algo más que una cosa entre cosas. Privado de toda libertad, en buena lógica, habría que privar también al hombre de la capacidad de elección respecto al bien, con lo que esos valores humanas, de que antes hablábamos, quedarían en la nada. Resulta demasiado pobre el con cep to de un hombre a la deriva a impulsos de sus instintos c ie ­ gos, cual navio sin brújula, sin timón y sin estrellas. 5. Citado por M. Tiiejcfry, La justice doit-elle se dispenser de juger et de punir?: NoutRevTheol, 72 (1950) 466.

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