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238 SENTIDODEL PECADOENUNAMORAL SIN DIOS destacar. Y no es que estos valores sean ajenos a las inquietudes de nuestros moralistas. Lo que pasa es que los olvidam os; p or insistir demasiado en algunos aspectos, hacemos a veces caso om iso de otros. a) El espíritu y la ley. Si, com o decían los antiguos, la virtud consiste en un d ifícil equilibrio entre extremos igualmente viciosos, la verdadera m oral debe ir con jugando armoniosamente y sin desvia­ ciones dos facetas, exterioridad e interioridad, en la conducta h u ­ mana. Puede ocurrir que, influenciados por una mentalidad jurista, se insista demasiado en el elemento externo, coactivo de nuestra m o ­ ral, la ley, con detrimento de las riquezas interiores del espíritu, sobre todo de la libre expansión personal. Es man ifiesto que «una moral de pura ley, es una moral sin alma, un legalismo» M. Reducir, pues, la moral a la con form idad con una norma implacable traería el p eligro de reducir igualmente los valores morales a una pura observancia, sin alma ni interioridad. Por ello siempre será cierto que «el fariseísmo es la con clusión última del legalismo» w. No es del todo infrecuente encontrarse con cierto legalismo en algunos que se dicen cristianos piadosos. Herederos de un cristian is­ mo tradicional, en el que apenas han profund izado, se convierte, en la práctica, en mantenedores y propugnadores de un moralismo lega ­ lista. En su interior ca recen de amor, de ese auténtico amor de ca ri­ dad, del que las leyes deben recibir vida, inspiración y sentido. La ley es de todo punto necesaria, si n o queremos caer en las mayores abe­ rraciones. Integramos una human idad caída, estando amenazado de continuo nuestro equilibrio interior por el desbordam iento de los p e o ­ res instintos y el capricho de muchos impulsos sin con trol. Por lo m is­ mo la libertad en la expansión del amor, según la conocida frase de San Agustín «ama y haz lo que quieras», sólo podrá admitirse com o fina l de la educación moral. Con todo, también es cierto que el anda­ m iaje de leyes y prescripciones que guían nuestros pasos deben sel­ la expresión palpable y m an ifiesta de la vida in terior; el cauce por donde discurra la corriente vital de nuestra expansión hum an o-sobre­ natural. b) Valor de la acción. Leyendo la obra de Hesnard algunos pu ­ dieran sacar la conclusión de que los cristianos rehuyen la acción p a ­ 19. Loe. cit., 84. 20. G. Gilleman, S. J., Le primat de la charité en théologie morale, ed. Desclée de Brouwer, Bruselles-Paris, 1954, 259. Hay traducción española en la misma edit. Bilbao.

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