PS_NyG_1961v008n001p0149_0165

156 XIII CURSO DE LA ESCUELA SOCIAL. vulsión, logra independizarse de aquellos valores que la ten ían so ­ juzgada. La econom ía logra formar mundo a parte, con sus princi­ pios propios y sus leyes específicas. No es dom inante todavía, pero ya no sigue las normas de la religión, de la ética, ni de cualquier otra influencia externa, salvo de la política. 3) Economía dominante. En este tercer estado term ina por imponerse totalmen te. Nace así un predominio de la economía, y los principios y preocupaciones de tipo económico term inan por dom inar la vida. Los valores económicos term inan por avasallar toda clase de exigencias. Así dicen los tres ciclos ampliamente estudiados en «Les trois ages de l’Econom ie». Siguiendo ese esquema, y partiendo de la Edad Media, Alberdi estudia y enjuicia al sistema capitalista. A ) Economía subordinada. — • A este ciclo de econom ía corres­ ponde la desarrollada en la Edad Media. La Econom ía de la Edad M e ­ dia es subordinada. Esto, — positivamente— , le sirve para superar el egoísmo individualista, que normalmente acecha a toda economía. Los motivos que actuaban sobre la econom ía del Medioevo la daban una orientación religiosa e idealista que le impedirían reducirse a los intereses del propio yo. Pero, por otra parte — negativam en te— •, eso mermó sus posibilidades de desarrollo al estar pendiente de in flu en ­ cias no extrictamente económicas. ¿Cuáles fueron esas influencias? Las siguientes: 1) La Iglesia. — De la Iglesia provino la influencia exterior que trabajó, de manera m ás fuerte sobre la economía, y ésta se supedita a lo que aquélla, la Iglesia, dice. En un primer momento la Iglesia tom a en sus manos las riendas de lo económico. Los econom istas se hundieron con el Imperio R o ­ mano y la Iglesia no tuvo más remedio, para orientar aquélla des­ pistada e inicial Edad Media, que ocuparse de tareas no extricta­ m en te suyas. Había que dar de comer a los pobres que pululaban en aquellos siglos caóticos. Para tener alimentos y ropas que repartir hab ía que producir. Y la Iglesia lanzó a los monasterios y a los p o ­ derosos de entonces a «producir para dar». M á s ; inició una cam ­ paña intensa de predicación sobre la necesidad de desprenderse de los bienes terrenos, de unos bienes que se esfum an con la muerte. Esto dio ocasión a que muchas personas, económ icamente potentes, ofrecieran sus bienes a la Iglesia, la cual los repartía casi siempre, dando alimento y trabajo a quienes carecían de ambas cosas. Por otra parte, la Iglesia inició una serie de construcciones, — las ca te­ drales son el ejem p lo m ás saliente— ■, con el fin de abrir nuevas fuentes de trabajo para los humildes, y con esas fuentes de trabajo remunerado nuevos medios de vida.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz