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M IG U E L DE PE SQU E RA 151 acertado. Los orígenes y las bases naturales de la democracia, y el pensam iento de la Iglesia y el cristianismo sobre el particular, fu e ­ ron clara y profundamente expuestos. Todo régimen político, y sólo aquel régimen político, es válido, — dice Luciano Pereña— ,' que se fundamen ta en la voluntad del pue­ b lo ; siempre claro está, que esa voluntad popular no esté degenerada o pervertida. Y ello porque el pueblo, en cuanto nación, es el sujeto de todo gobierno; y esto por Derecho Natural. Si esto es así ya cabe sacar una serie de conclusiones. Si el poder político está, depositado en el pueblo, por ley natural, es cierto que éste, el pueblo, tiene derecho, 1) a crear el régimen concreto que, salvaguardados los derechos natural y divino, resulté más conve­ n iente para el «bien común», 2) a conservar ese régimen, 3) a tran s­ formarlo cuando las circunstancias así lo aconsejan. Pero, n a tu ra l­ mente del hecho de que tenga derecho, por ejemplo, a transformar aquel régimen que se dio a si m ismo, no se sigue que el pueblo lo pueda derribar y tran sform ar sin más. Se requieren causas, — tira ­ n ía , incapacidad, utilidad pública (esto ú ltimo fuertemente subraya­ do por Pío X I I )— , que justifiquen el cambio. Mas esto implica otra exigencia. No se puede obrar irracionalmente. Por consiguiente tan ­ to para crear un régimen político, como para conservarlo o transfor­ marlo, — y hacerlo racionalmente— , se requiere que el pueblo tenga los su ficientes medios para m an ifestar su opinión. Esto supone que el Estado tiene la obligación de dejar cauce para que esa opinión se man ifieste. Hasta aquí la parte teórica expuesta por Luciano Pereña. Por lo que hace a la segunda parte, — m etas conseguidas por los partidos políticos dem o-cristianos en Italia, A leman ia, Bélgica— , la exposición pudo ser, en mi opinión, m ás objetiva y acuánime. Es difícil enjuiciar serenamente una cosa tan pasional como la política, y algo tan cercano como los objetivos alcanzados por los actuales partidos demócratas-cristianos. Los hechos y las cosas cercanos des­ lumbran, resultan difíciles de ser apreciados. Como escribió Antonio Tovar, enunciando un principio demasiado universal, «comprender sólo se puede mediante el alejam ien to». Y esto vale para los logros de un sistema político determ inado. Sirva esto de disculpa, — si es que la necesitara— , a Luciano P ereña; para él, como para m í, como para cualquiera, vale aquella observación según la cual la política se aprecia m ejor, más objetivamente, a distancia de siglos. Pero, puesto a dar m i opinión, yo veo de form a m ás optim ista los logros alcanzados por las actuales democracias europeas. Con lo cual no quiero decir que yo tenga razón, sino simplemente constatar lo com

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