PS_NyG_1961v008n001p0111_0137

JO S E C A L A S A N Z DE LA ALDEA 119 tor los «rasgos» físicos, pero queda penetrado y amablemente obse­ sionado por el alma. A fr. León le han impresionado dos cosas en el cuerpo del Serafín. Sus pies y sus ojos. León, viajero de todos los caminos, menesteroso y ru fián de Dios, no conoce pies tan martirizados como los de F ran ­ cisco. He aquí sus palabras, sacadas de un lienzo surrealista: «Soy un mendigo, me he pasado la vida con mendigos, he visto m illares de pies condenados a cam inar por las piedras, el polvo, el fango, la nieve. Pero nunca he visto pies tan sufridos, tan lastimosos, tan flacos, roídos por los caminos y cubiertos de llagas sangrientas». Kazan tzak is acumula la intención en los adjetivos fuertes. Sin embargo, no le divierte la contemplación de lo circundante, como m o ­ tivo de ornamentación , sino la verdad inmensa y pa lp itan te: la cruz que se astilla en los pies de su héroe. Sobre los detalles físicos, m i­ nuciosos, rotundos, escalofriantes, se advierte la m isteriosa realidad de Francisco, nuevo mártir, por amor de Dios y por compasión hacia los hombres. «A veces, cuando el Padre Francisco dormía, me inclinaba y le besaba los pies. Era como si besara todo el su frinren to h u ­ m ano». Estos pies se graban con fijeza en el hombre amigo. Pero adquie­ ren un valor simbólico, figural, religioso. Aparecen como «revivis­ cencia» de la cruz de amor que Cristo llevó el primero. El polvo, el fango, las piedras, la nieve son como la sombra de fondo que hace hiriente el drama de la humanidad que en Francisco ama a Dios hasta la más intensa im itación posible. La simbología sirve de coro­ na al Cristocentrismo franciscano que, por el m omento, es una in ­ tuición genial. Y a vendrá luego San Buenaventura a darle ambiente culto en el «Itinerario». ¿Y sus ojos? «Quien los veía una vez ya no podía olvidarlos. Eran grandes, rasgados en form a de almendra, de un negro profundo. Las gentes decían : «Nunca he visto ojos tan dulces, tan claros», y m ien tras lo decían esos ojos se abrían como trampas y des­ cubrían las entrañas». A Kazantzakis, poeta de resonancias líricas estupendas, podía ten ­ tarle el alarde de descripciones impresionistas. Con frecuencia ahon

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz