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J O S E C A L A S A N Z DE LA ALDEA 1 1 7 S. Francisco no tuvo jam á s la ten tación man iquea del odio al cuer­ po. Si le somete a una disciplina exigente y dura no es por crueldad. Es imposible la crueldad en el a lm a franciscana. La disciplina, recordará Francisco a León, obedece a un sentido sano y realista de la carne. Castigarla es amarla m ejor que bebiendo el vino añejo o engendran ­ do h ijos. Y la cortesía llega a tal punto que en la hora última — en ­ vuelto ya en la ceniza del ú ltimo adiós— le pide perdón al hermano cuerpo, n ítido, oloroso y breve por la penitencia. El paralelismo es con tinuo: cuerpo con su valor ético cristiano y cuerpo como fisonom ía. Francisco no se preocupa de su cuerpo con caprichosa frivolidad. Lo am a en Dios, en su horizonte de verde á r­ bol resucitado que se puebla de carne nueva. Y lo ama porque tiene un destino inmortal, jun to al alma. Marquina h a dado relieve, en unos versos clásicos, a este amor franciscano al cuerpo: ...«h izo su cuerpo objeto de privación y de m aceración ; pero, obra de las m anos de Dios, con respeto lo trataba, y con devoción; tan to que, en el deliquio de su muerte admirable, viendo cerca los o jos de su Juez, y en un ú ltimo rapto de hum ildad inefable, pidió a su hermano Cuerpo perdón, porque tal vez fue con él demasiado implacable». «La carne puede transmutarse en espíritu un día», hace decir a Francisco el novelista. La realidad que se pretende explicitar con esta frase audaz, que a algún lector le sonará «caricaturesca» e, in ­ cluso incorrecta, es clara. Francisco conceptúa injurioso para la car­ ne la queja inoportuna en tiempos de adversidad. Ha pasado ya por la experiencia del goce del dolor, esa parado ja tan frecuente en las páginas de la hagiografía. Le apalean los bandidos, le m eten en un foso de nieve y es el invierno. Con todo — a pesar de sí m ismo, pobre- cilio, sensible y hum ano— Francisco canta. Es posible que el universo contemplara por vez primera, como una resonancia de la Noche­ buena nevada, la poesía de la nieve sobre el cuerpo humano aterido. Lo cierto es que Francisco encarna los valores supremos del Cristia­ nism o, dando origen a un tipo nuevo de estética que, por su origen, se llam a «franciscanismo». Cuando la carne pasa por la catharsis de la pen itencia — «retorno a Dios»— viene el éxtasis para placer del cuerpo sumiso. Y si los hombres se oponen a la fiesta hum ana del hermano cuerpo (ta l el caso de Fr. Elias, el escandalizable) ya ven ­ drá el ángel del Señor a hacer música con celestes instrumentos bajo las ventanas.

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