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JO S E C A L A S A N Z DE LA ALDEA 115 versión». Francisco ten ía ante sí dos formas de vida, dos modos de ser, dos posibilidades existenciales. Le hubiera sido fácil despreocu parse de Dios y seguir la fácil senda del bienestar mundano. Ten ía la oportunidad de gozar intensamente el amor humano, por su holgada posición económica. Por otra parte, se oyó innequívoca, contundente y fuerte la voz de Dios. Desde entonces no hubo sosiego. Fue cuando se dio cuenta Francisco del tremendo dilema que iba a partir en dos su vida, como la quilla la piel de los mares. Como se ve el personaje Francisco es, por sí mismo, un problema complejo. La equivocación de algunos franciscanistas obedece acaso a considerarlo desde un p lano unilateral. Querer hacer un F ran c!sco asceta, m ístico, caballero, de modo exclusivo es empobrecer su per sonalidad. Quien quiera encontrarlo tal como es ha de acercarse a él con ánimo universalista, abierto a todas las facetas de su sensibilidad. Y esto es lo que ha hecho, con envidiable suerte, Kazantzakis. Su novela es posiblemente la m e jo r dramatización del proceso francis cano desde la «conversión» hasta la transfiguración. ¿Cómo era San Francisco? El poder del amor hace que Fray León — el León moderno que es Kazantzakis— sea idealista. No puede evitarlo. Y si en un instante de realismo nos dice que su talla física era pequeña es para resaltar, por ley del contraste, su gigantesca figura espiritual: «Pero, a partir de su cabeza, FRANCISCO ERA INMENSO». El retrato de esta inmensidad está hecho con ternura, a trazo enérgico. Nada m ás abrumador que la noticia de la trayectoria de Francisco desde que oye una voz incómoda hasta que se vuelve de fin itivamen te a Dios. Las páginas de esta conversión son tan hum a nas, tan universales, que nos dan la sensación de verificarse ahora, en la carne viva de ún herm ano que rompe con el mundo para salvar su alm a. ¿Quién no recuerda en algunos pasajes de Kazan tzakis ecos conocidos, conversiones clásicas, «repeticiones» del amor de Cristo? A mí se evocan frecuentemente a Paul Claudel, a Papini, a Morente, a Francis James, Quizá h aya tin tas pesimistas — desconocidas parcialmente para el lector— en las relaciones de Francisco con el mundo, con la mu jer y con los soberbios. En rigor no consta en las fuentes el «proceso» de sublimación de los amores de Francisco con Clara Scifi. Por lo m ismo se podría oponer reparos a la autenticidad de determinados pasajes. Lo que se debe admitir por amor a la verdad y por ánimo de justeza es el enorme amor con que Niko analiza las reacciones sentim entales de su biografiado. Es imperdonable el rencor de Las
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