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JO S E C A L A S A N Z DE LA ALDEA 113 Kazan tzakis nos presenta la imagen que él vivió. Pero no se de­ tiene en accidentes ornamentales. Por una continua superposición de materia y espíritu crea un cuerpo fuerte a lo largo de toda su obra — recuerde el lector como casos típicos el M ichael de «Libertad o muerte», el Manolios de «Cristo de nuevo crucificado» o a Alexis el Griego— y luego le inspira el aliento vital de su devoción crea­ dora. De Francisco no sabe a ciencia cierta ni su estatura. No le im ­ porta el hecho intranscendente de que mida palm o m ás o menos. Le es imposible discernir el color, la grosura de la piel, la formación de su cara. Es que Kazan tzak is no repara en los datos puramente so ­ máticos. M ás que describir situaciones externas, de ocasión, le gusta ahondar en estados de alma. Kazan tzakis no p inta acuarelas colo­ ristas. Vive sentim ientos. Por eso, si se detiene como contemplador en la figura corpórea, es por su valor de corteza, como envoltura del alma. El cuadro que nos presenta el novelista consta de las pinceladas imprescindibles para que se vea la línea física. Todo lo demás es nervatura, densa vitalidad, esplritualismo ardiente. La m ism a fo r­ m a estilística delata la despreocupación por los datos sensibles. No dice que Francisco fuera «enclenque, de cara ingrata, seca, con barba rala, labios gruesos e inmensas orejas velludas, tiesas como las de un conejo, siempre atentas al mundo visible e invisible». Es como quien expone su opinión con temor de equivocarse: «Muchas veces se me mostró... La personalidad franciscana es comp leja. El m ismo Francisco se pregunta por Francisco. Unas veces siente la ley del hombre espiri­ tual y acaba perdiéndose en la belleza circundante. Mas no es in fre­ cuente verlo en actitud de impaciencia, porque no acaba de compren­ der a un tal Francisco, enemigo suyo, que se resiente por el latigazo de la hum illación y por la presencia del demonio. Francisco de Asís es quizá la primera personalidad de la historia — después de Jesús o con Jesús, como quería el original Chesterton— en cuyos lím ites se dan cita lo santo, lo estético, lo humano y lo divino. Pero h a sta dar­ le maduración a esta personalidad hubo un proceso de conciencia sumamente doloroso, que Kazan tzakis estudia con una profundidad y acierto casi inéditos Fray León esboza el cuadro de Francisco juvenil, jovial, optimista. Nos dice su poder de asombro ante la llam a, ante el agua, ante el prim itivismo musical de dos palos superpuestos para hacer de violín. Nos hab la con apasionado celo de la locura que le tomó, repentina. De las campanas que tocan a rebato por el milagro — desapercibido— de una luna nocturna, clara como un m ilagro. Fray León deja sa l­ 8

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