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136 JO S E C A L A S A N Z DE L A ALDEA sufrir la m arejad illa de aquellas sonrisas muchach iles que ocultaban en el fondo un poco de resentim iento. La mu jer gritando amor bajo los pinos, no es m i s que un símbolo lejano — lleno aún de impurezas— de Francisco de Asís, que atruena m on tañas y ciudades con la canción de la vida n u eva : ’Que el Amor no es amado”. La vida espiritual está expuesta a las incursiones diabólicas. El mal se viste de imprevistas bondades seductoras. Es la hora de hincarse de rodillas ante el Señor para pedirle discernim iento. Sin olvidar que el cristiano libra una ba talla cruda contra sí m ismo, contra la carne atrevida, contra el mundo hostil. La ascesis franciscana no peca de candor irrealista. Al contrario, Francisco de Asís ha vivido con una enorme capacidad reflexiva las diversas etapas de la tentación. D e s­ de la conversión hasta la cima de la santidad, casi todas las per­ plejidades le vinieron de su intuición y de sus «revisiones». Menos m a l que, al fin , vino siempre Dios a cogerle de la mano. ”El seguimiento de Dios es un salto”. Dios no acepta los criterios humanos cuando quiere modelar a l­ m a s heroicas. Quien se a ju sta a los falsos juicios de los hombres no está en condiciones de saltar en el vacío. Y sin este sa lto no se ex­ perimenta hasta dónde llega el valor de Dios en nuestra vida. F ran ­ cisco salta por encima de las preocupaciones sociales, cuando bate como un chicuelo o da voces en plena plaza pública como un demente. Salta al dejar los ojos de una mu jer querida por el segu im iento de no sé qué estrella h ipotética que le hace guiños sanguinolentos. Salta cuando se desnuda de cuerpo entero ante los caballeros y el Obispo de Asís. La condición que exige Francisco a los suyos es el m ismo salto santificador. No importa que los episodios hayan pasado a la leyenda con una aureola simpática. La esencia del amor no se explica sin ese salto prodigioso que term ina al abrigo del m ismo Dios, providente y vivificante. Si hay una rebeldía que irrita a Francisco no es cier­ tam en te la de los «impacientes». Es la rebelión vulgar de los sen ­ satos. La gravedad de la sensatez o prudencia hum ana consiste en que no deja en libre acción la bondad divina. El sa lto en cambio alcanza su m áxim a eficiencia en la caída al vacío, que es nada más una metáfora, porque el mundo está regido y ordenado por Dios. Francisco quiere que fray León dé el salto definitivo, sin volver a su mundo antiguo de vagancia y blasfem ia. El reproche más duro que le hace es su sensatez:

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