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1 3 4 D IO S, E L HOMBRE Y LA G R A C IA A Francisco, todas estas interpretaciones le parecen parciales. La mu jer que se aísla y vive en el bosque, olvida que quedan casas vacías en las ciudades habitables. Ese grito del amor podría im a ­ ginarse m á s convincente dicho ante la cuna de un niño, ante el lecho de un en ferm o, en la tertulia de sobremesa, con el mundo y los hijos. Y a hemos visto que el sabio no acertó del todo al aconsejar vida marital y hogareña. Es posible que el loco tuviera horizontes más amplios. Aún así, la verdad, la belleza, la gracia, tienen vestigios en el universo entero. Replegarse en el interior para ver a D ios puede degenerar en olvido de los hombres. O sencillamente, en un narcisismo reprochable. La verdad hab ita en el interior, pero hay que despren­ derse de cuando en cuando de la gozosa soledad sonora para difundir el bien entre los hermanos. «POLICHINELA DE DIOS» El último indicador del cam ino, es un erm itaño. Fray León le hace partícipe de su congoja. Y le pide que le señale el camino para ir a Dios. El ermitaño sentencia con solemne veracidad, casi con trá ­ gica profecía: — .«No hay camino. Hay un abismo. Los cam inos llevan a la tierra. El abismo lleva a Dios. ¡S a lta !» . No es pura curiosidad el traer aquí los testimonios alegados, con ­ vergentes en su innegable pluralidad. Es que la trayectoria histórica de Francisco de Asís tiene algo que ver con el sabio, el loco, la mu jer y el ermitaño. ”No hay camino”. La primera realidad con que chocó Francisco de Asís al en tre­ garse a Dios fue algo así como una caída en el vacío. Supondría un error pensar que Francisco nació ya San Francisco, por varias cau ­ sas. En primer lugar porque los «signos», si es que los hubo, no sos­ layan el problema humano del libre albedrío. Además, consta que el proceso ascensional revistió caracteres de especial desánimo, lo cual, echa por tierra la apresurada canonización de los hagiógrafos ingénuos. Latido a latido, hora a hora, llan to a llan to recorrió F ran ­ cisco todas las etapas de la conversión. No fue ajeno al cansancio, n i al dolor, ni a la hum illación. En su retorno a Dios tuvo que pasar

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