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132 D IO S, E L HOMBRE Y LA G R A C IA das de un instrumento músico. Y antes de entrar en el espacio sa ­ grado de la oración dejaba afuera todas las preocupaciones diarias, tan gratas, después de todo, al hum ano corazón. Francisco sabía que la contemplación es un peso, una fuerza dinám ica torturante, un deber trabajoso. Pero quería conocer los designios de Dios sobre los «caminas» de los hombres, para aprender con hum ildad. O sería quizá que, como aún no ten ía la suficiente experiencia de los fenó ­ m enos de la ascensión a Dios, consultaba agradecido y deseoso. La búsqueda de Dios reviste así la alucinante perspectiva de una aventura divina. Quien vaya a Dios fiado en exceso de criterios h u ­ m anos y razones científicas, está a punto de perderse en teorías. Dios es viviente, vital, vivificante. Por algo lo distingue Pascal con toda urgencia del Dios de los filósofos. Es arriesgado pensar en Dios como en un ser lejano. Si se le quiere comprender — y disculpad la irreverencia de esta expresión— , hay que hacerse pequeñuelo y h u ­ m ilde, porque Dios esconde sus misterios a los hinchados y van ilo­ cuentes, m ien tras que se aparece a los dóciles, por niños. En el camino de Dios hay momentos de presión, horas distendidas como una pesadilla, vigilias crudas con los ojos desencajados, por si viene. Hay que estar alerta, con las antorchas encendidas y bien provistas, porque puede llegar a cualquier hora, sin previo aviso. Por eso form a tan to la presencia de Dios. Es que se crea un ambiente en tom o a El y la noche y el viento son noticia suya. En los montes se oye su voz en eco. Y en el alma se hace irresistible el peso de su ausencia. Y dentro de esta urgencia se hacen compatibles todos los fenómenos de angustia, deseo, fatiga y esperanza que describen ba l­ bucientes los . autores de libros espirituales. Cada hombre es un mundo aparte. Su búsqueda de Dios no tiene n ada de m onoton ía ni de repetición. Cada hombre que busca a Dios está viviendo por primera vez, con toda lucidez, y novedad, la historia del explorador que, sin saber cómo, conquista un mundo nuevo. El hecho de que la pereza pueda ser alguna vez cam ino para Dios, le pone a Francisco en una p ista nueva. La naturaleza paterna — esa ley de contradición que le acongoja— y el m ismo diablo pueden llevar a Dios. Y , ¿dónde está Dios? El hombre que se siente impulsado y sacudido por la «conversión» tiene que escoger el cam ino de vuelta. De aquí nace el riesgo de la aventura heroica que es la santidad. Es posible despreocuparse del problema, pero resulta tan ingènuo que no le convence a nadie. Ser hombre es estar abierto a la verdad. De modo inalterable, abierto a la verdad religiosa, precisamente porque en la en traña de lo h u ­ mano se palpa la «religión» con Dios. El lego cronista no sabría

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