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JO S E C A L A S A N Z DE L A ALDEA 131 de puede encontrarse D ios?” . Pues quería encontrarle y p lan ­ tearle todas estas cuestiones. Has de saber que la piedad n e ­ cesita de la pereza y el ocio; n o escuches lo que te dicen. Un obrero vuelve fatigado a su casa al atardecer, olvida la exis­ tencia de Dios. Tiene hambre y sólo piensa en comer. Riñe con su mu jer, castiga a sus h ijos sin motivo, sencillamente porque está fatigado, irritado. Después cierra los puños y duerme... Después despierta un instan te, su mu jer está a su lado, la abra­ za, vuelve a cerrar los puños. ¡N i un m inuto para pensar en D ios! Pero quien no tiene trabajo, ni mu jer, ni h ijos, tiene todo el tiempo posible para pensar en E l.. A l principio lo hace por curiosidad, pero poco a poco la angustia, va insinuándose... No sacudas la cabeza, señor. Me has preguntado, te respondo». A Francisco no le satisfacen del todo las glosas de León sobre la pereza. Sin embargo la teoría tiene sus puntos clave para una teoría de la contemplación. El iletrado León se eleva hasta las interioridades de la naturaleza en virtud del ocio. El no estar sometido a un h o ­ rario fijo de trabajo — o con más simplicidad aún, el haber prescin ­ dido del trabajo como medio de vida— le capacita para pensar de cara a los problemas eternos de la muerte y de Dios. ¿Cuándo hubiera podido hacer m etafísica un modesto aldeano trabajador? Es cierto que existe una filosofía popular, sanchopancesca, del hombre cam ­ pesino. Pero en fray León no se trata de un refranero m ás o menos agudo. Las cuestiones de la teodicea le preocupan, le desviven, le horadan el sueño y el descanso. Por caminos nuevos h a llegado al género de vida de algunos filósofos con tem p la tivos: el retiro del m un ­ do y la «dedicación» a la verdad. Es notable la viveza con que contrapone el franciscano la «expe­ riencia» del trabajo y la del ocio. Sin entrar ahora en la ética del trabajo — ya hemos adelantado algunas precisiones— , es cierto que la ociosidad, la contemplación al margen de las exigencias económ i­ cas, prepara el alm a para las supremas cuestiones del bien, de la gracia, de la eternidad. El hombre, su jeto a una mu jer y a un hogar, no puede disfrutar de la lucidez de quien se sitúa en la vida sobre estos deberes normales. Si fray León tiene tiempo para «curiosear» al principio y «angustiarse» luego con la problemática seria de la m eta física y de la teología, es porque eligió con convicción y fo rta ­ leza el cam ino del ocio. Desde un m irador franciscano podría objetarse todavía que la con ­ templación no es ocio. Para el franciscano contemplar es dom inar los ruidos mundanos y someter los sentidos a una cuida de disciplina y mortificación. San Francisco quería su vida tensa, como las cuer

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