PS_NyG_1961v008n001p0111_0137

130 D IO S, E L HOMBRE Y LA G R A C IA por los cauces inéditos hasta entonces, del «nomadismo» apostólico, en clara disensión con las formas monacales clásicas. Los m on jes se dedicaban a la vida m ixta, pero de puertas adentro, profesores, como eran, de aislam iento y clausura. In flu ían en el mundo con su oración. Cultivaban la ascética del trabajo, como medio personal de san ti­ ficación. La originalidad de Francisco consiste en que él fue el primer hombre religioso que implantó el trabajo en el pueblo, con un con ­ tacto personal y alegre, como medio de convivencia fra terna y de servicio comunal al Señor. De suyo el trabajo es un complemento intranscendente, casi deportivo, totalmen te gratuito para llenar los ratos peligrosos del ocio. Si, en alguna ocasión, llega a poner en ries­ go el «espíritu de la santa oración y devoción», pierde su razón de ser y queda proscrito en el programa franciscano. El hecho es que fray León sale al mundo. (No olvide el lector que seguimos la trayectoria de un proceso sicológico complejo). En un sentido m ístico, se sale del mundo y de sus realidades diarias. Puede decir con toda razón que la vida que lleva está fuera del orden nor­ mal y causa impresión de rareza y de locura. En rigor, anota, lo nor­ mal es casarse, engendrar h ijos, perpetuarse en la sangre, cultivar los campos o ponerse a disposición de un amo. La vida de mundo transcurre así por cauces ordenados. Lo verdaderamente original, lo sensacional entonces y ahora, es prescindir del mundo y vivir obse­ sionado por la inm ensa realidad que no captan los sentidos, esto es, vivir para Dios sin esperar compensaciones humanas. Con la libertad alegre del juglar que can ta por vocación y por amor a la vida. «Te parecerá extraño, señor — asegura fray León— , pero la vía que he elegido para ir al encuentro de Dios es la pereza. Si no hubiese sido perezoso, habría llevado una vida ordenada co­ m o todos los hombres, habría aprendido un oficio, habría abierto una tienda de carpintero, de tejedor, de zapatero, habría tra ­ ba jado el día entero, me habría casado y n o habría tenido tiem ­ po de buscar a Dios. «¿Para qué buscarle tres pies al gato?», me habría dicho. Habría derrochado toda m i energía para ganarme el pan, tener h ijos, dirigir a una mujer. En tales condiciones, ¿dónde encontrar el tiempo de vagabundear, cómo conservar un corazón puro para pensar en Dios? Por su suerte nací perezoso. Me aburría trabajar, casarme, tener h ijos, crearme preocupa­ ciones. En el invierno, me tendía al sol, y en el verano a la sombra. Por la noche, acostado en la terraza de una casa, de cara al cielo, m iraba la luna y las estrellas. Pero, ¿cómo quieres no pensar en Dios mirando la luna y las estrellas? Y a no podía dormir. Me decía: ’’¿Quién hizo ésto y por qué?” . O b ien : ” ¿D ón

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz