PS_NyG_1961v008n001p0111_0137

1 1 2 D IO S, EL HOMBRE Y LA G R A C IA este aspecto pudo afirm ar Albert Schweitzer que Kazan tzakis es el autor que más le ha impresionado. No obstante la imagen se con ­ vierte a veces en caricatura, busto extremado, exageradas proporcio­ nes. ¿Será una caricatura intencionada? Posiblemente. Persiguiendo la suma expresividad se nos h a salido varias veces del campo de la historia. Y lo peor es que — en unos casos, contados pero varios— se ha despreocupado incluso de la ortodoxia. El libro tiene valores innegables. No es tan corriente encontrarse con un libro de tan tas calidades de todo orden sobre un tema mil veces afrontado. La esencia del personaje central — San Francisco!— nos ha sido ofrecida sin contam inaciones. En cuanto a los pasajes dudosos, el lector culto sabe a qué atenerse. La intención del articulista ha sido muy modesta. Entregarle al lector una glosa actual del libro, desbrozar un cam ino, hacer de «cicerone» por la galería inmortal de las figuras franciscanas. Eso es todo. DATOS PARA UNA B IOGRAF IA Fray León se siente compenetrado de la gravedad de su intento. Nada menos que presentar en su verdad y en su grandeza la figura del hombre de Dios a quien amó como amigo, con fidente e h ijo. Un poco con la entereza y la dedicación de la madre. Francisco h a sido de un modo directo — sino exclusivo— el ángel providencial que le condu jo a ver por dentro la razón de ser providencial de su vida. La pluma de Fray León se hubiera inspirado en motivos distintos de haber seguido a D ios por el cam ino de los que trabajan , engendran y gozan. Dios tuvo piedad de él y le dio la compañ ía exigente de San Francisco. El devoto de San Francisco se h a hecho una idea «interior» del santo. Las experiencias vivas de la devoción vienen acumulándose a través del tiempo. Y nada tiene de extraño que cada uno se lo im a ­ gine a su modo. No cabe duda que las fuentes prim itivas — las h istó ­ ricas y las legendarias— influyen en esta figura de manera decisiva. Pero es inevitable la «idealización», esa especie de transfiguración que pulsa inevitable en la am istad ardiente o en la larga convivencia simpática. De modo inconsciente le ponemos a Francisco de Asís una m irada que nos cautivó por su comprensión. Un gesto inconfundible que explique aquella revolución universal en los corazones. Ni el ave, ni el corderillo, ni la tórtola supieron sobreponerse a su sugestión maravillosa.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz