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128 D IO S, E L HOMBRE Y LA G R A C IA está representado por tipos de gran calidad sicológica, pero de insig­ nifican te transcendencia histórica. La mu jer cumple al llenar su misión biológica. El Capitán Miguel considera como una debilidad «rebajarse» al mundo hogareño de las amas de casa. La m u jer está para engendrar y para ocultarse, al margen del quehacer público. El Capitán Miguel no sabe que aquella jovenzuela tan dispuesta que le sirve la bandeja de pastas y el jarabe de guindas es su h ija Rinio. Tiene una idea algo con fusa, como si la hubiera visto en alguna parte, sin poder precisar dónde. El hombre heroico de «Libertad o muerte» tiene otras ocupaciones que merecen su tiem po : la guerra, la civilización cristiana, el honor o el vino. Una h ija no puede estar presente ante las decisiones de su padre. La esposa debe dedicarse a asuntos privados, de puertas adentro. En la escena transcrita, Kazan tzakis p inta un cuadro lleno de tradición sobre el valor hum ano y espiritual de la mu jer. Sobre el recuerdo de su madre Pica — fem en ina y frágil— , teje un bordado de deliciosas virtudes maternales. Su madre asiste a cada paso de su vida para neutralizar la prepotente acción mascu lina de Bernardone. La madre es vigilia, preocupación, desvelo, ternura. Un angelical pro­ pósito de bondad, perdón y mansedumbre en su camino. Kazantzakis que desfigura la h istoria de mu jeres como C lara Scifi y de la propia Pica, por esa superposición de «hechos» y de simbología que hemos apuntado anteriormente, h a acertado a darnos un perfil idealista y original del mundo femen ino como explicación del hombre espiritual que Francisco lleva dentro. La experiencia de las dos leyes arguye dos principios. No se trata aquí de una teoría heterodoxa, del doble principio maniqueo. Se tra ta de una «revisión» poética, intuitiva y espiritual de los sexos. Francisco, guiado de su temperamento afectivo, ha puesto al descu­ bierto una vivencia obsesionante: el aliento de la madre que nunca lo abandonó. Las dos leyes que se disputan el dominio del corazón h an encontrado un artista genial en la pluma de Kazantzakis. CON LAS ANTORCHAS ENCENDIDAS Recorrer los caminos de los hombres en busca de Dios es tarea inimaginable. Cada hombre tiene su concepto y su vivencia de Dios. Incluso los que con pecam inosa voluntariedad se oponen a Dios lo viven de algún modo. Creer es ponerse en trance de encontrar a Cristo en cada recodo del camino. No creer es indisponerse «con» Dios, no aceptar su testimonio. La m ism a descreencia tiene ya una r e fe -

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