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JO S E C A L A S A N Z DE LA ALDEA 1 2 3 za de caminar. Me cansé de llamar a las puertas para m end i­ gar, primero m i pan, después una palabra de bondad, al fin la salvación. Todo si mundo se burlaba de m i y me llamaba sim ­ ple de espíritu. Me zarandeaban, me expulsaban, ya no podía m ás». El hombre vulgar no llega a comprender otro cam ino que el suyo. Inconscientemente alimenta un rencor sordo contra todo lo rele­ vante o heroico. Y no se trata de m a la voluntad contra el bien, sino sencillamente de «miedo» al bien y a sus representantes. Al hombre que tiene la audacia de prescindir de las exigencias hum anas de f a ­ m ilia, de pueblo o de sexo no le perdonan jam ás los sem ejantes. N in ­ gún profeta es bien recibido en su patria, n i en su suelo nativo, ni entre aquéllos que pueden sentirse molestos por la inferioridad. La grandeza en todas sus formas encuentra adeptos entusiastas fuera del ámbito fam iliar, de fronteras afuera, pero es muy difícil que sea aceptada con gran convicción por quienes se saben de memoria el nombre paterno y el materno y, por si ésto fuera poco, el oficio de los antecesores. Dos casos típicos de esta sicología global van a alumbrar la teoría del hombre egregio. Sobre todo, si el hombre relevante tiene que ejercer una función de tipo sacral o sencillamente religioso, el pro­ blema se agudiza. Dios estorba con frecuencia a los hombres. Es de­ masiado luminoso, demasiado grande, excesivamente justo. Fray León pasea su bohem ia por todos los campos. Un día se aden ­ tra en Asís hambriento y de limosna. Pide pan para su hambre, lecho para su sueño a un grupo de gente joven y festera. Le p regun tan : — ¿Y quién eres tú, hermoso joven? Acércate un poco, que te adm irem os... — Quizá sea Cristo — dije entonces para asustarlos— . A veces desciende a la tierra en figura de mendigo. León ha escogido inconscientemente un cam ino peligroso. En ri­ gor, es siempre un poco arriesgado venir en nombre de la santidad y de la austeridad a un mundo que aborrece todo lo molesto. Para un mundo que tributa un culto a la carne y al bienestar, el «repre­ sentante» de la pureza y de la pen itencia resulta molesto. Con toda sencillez se lo anuncia así uno de los cantores: — Un buen consejo, desdichado: no se te ocurra repetir lo que acabas de decir. No juegues al aguafiestas, sigue más bien tu camino. ¡Si no, cuántos estamos aquí te atraparemos y te cru­ cificaremos !

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