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68 E L SACRAMENTO DEL BAUTISMO un «segundo bautismo». El bautismo es para todo cristiano una autén tica «profesión» o dedicación de si mismo al servicio de Dios y en forma más irrevocable que la profesión religiosa. Como ideal de toda vida cristiana propone San Pablo: «Pensad que estáis muertos al pe cado y vivos para Dios en Jesucristo» (Rom. 6, 11). Ninguna profesión relig'osa podría aspirar a la realización de un ideal más perfecto. b) Bautismo y ordenación sacerdotal. — Dentro de la Iglesia ca tólica la superioridad del sacerdote sobre los simples fieles es pa tente. No es superioridad de grados, sino cualitativa y, por tanto, infranqueable. Pero es mayor la superioridad de un cristiano respecto al que no es bautizado. La grandeza y superioridad del sacerdocio es el resultado de dos elementos: en primer lugar, la vocación divina: nadie puede arro garse este honor del sacerdocio, sino quien es «llamado» como Aarón (Hebr. 5, 4). La llamada supone la elección, la predilección divina, la providencia especial sobre su «escogido». El bautizado, respecto a los hombres no-cristianos, también ha sido objeto de una ’’voca ción divina” , y por ello objeto de elección - predilección - selección - cuidado-providencia especial. San Pablo, cuando habla de la «voca ción», no se refiere —como nuestro lenguaje religioso actual— , a la vocación sacerdotal o religiosa. Para él la «vocación» es la gracia de elección divina al bautismo, en que el hombre entra en la Historia de Salud. Además de la «vocación», el sacerdote recibe la «consagración», que’ se le da por un sacramento y con la impresión de carácter. Consagrado a Dios y hecho «santo» puede entrar en el santuario y ofrecer sacrificios a Dios. El bautizado también es consagrado por un sacramento y en forma indeleble por el carácter. El carácter le da participación en el sacerdocio de Cristo y le capacita para entrar con Cristo en Santuario y ofrecer, como colaborador activo, el sacri ficio del N. T., la santa Misa. c) Bautismo y transubstanciación. — Aquí utilizamos este para lelismo como simple «comparación» o analogía externa. Por las palabras de la consagración se verifica un cambio sustan cial en el pan y el vino: se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Así lo dice y lo realiza la fe. Sin embargo, ante los ojos de carne, todo sigue inmutable: pan y vino. En el momento del bautismo el hombre que se llega a la Iglesia es «transubstanciado» por así decirlo en una creatura nueva. Desde el cielo descienden sobre él las palabras que se dijeron de Jesús: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias». Las palabras sacramentales le han incorporado a Cristo y consagrado a la Trinidad. Exteriormente todo sigue lo mismo. Pero en su alma
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