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66 E L SACRAMENTO DEL BAUTISMO 7. Nuevo sen tido de la vida y de la muerte. — El sentido cristiano de la vida viene ya determinado por todo lo que anteriormente hemos expuesto. En fórmula breve lo resumiríamos como un «estar-en-Cristo» para gloria del Dios Trino. En otra fórmula podríamos decir que el baut'smo introduce en la vida humana el ’’sen tido de eternidad” , dándole con ello su más densa interpretación a la vida. Este sentido de eternidad queda patente por todo lo que ante riormente hemos expuesto. El bautismo nos incorpora a Cristo, nos da participación en su dignidad y destino mesiánico y por ello que damos consagrados en Cristo al servicio religioso de la Trinidad. Pero se advierte con claridad que en todo ello hay un sentido «escatoló- gico»; es decir, que todo esto nos lo da el bautismo no en la absoluta y última plenitud, sino en «arras, en prenda», como germen que está llamado a desorrollarse hasta la vida eterna. Podemos decir que el bautismo nos confiere un «comienzo de vida eterna». Pero con esto se han logrado dos resultados efectivos ya desde el primer mo mento: la vida humana ha sido arrancada al «sentido de la tierra» y ha sido colocada en la corriente de vida de la Trinidad misma en Cristo. Esto de estar ya en la corriente de la vida divina, es lo que imprime a nuestra existencia cristiana su «destino de eternidad». La vocación bautismal es una vocación de eternidad. La fe está llamada a desplegarse en visión; la esperanza a la consecución del bien que espera y la caridad quiere verse desatada y estar con Cristo en per fecta intimidad. Una interpretación de la m uerte hay que considerarla como una de las exigencias de la vida humana. Una de las dimensiones de la vida humana es la muerte, el ten er 'que morir. El bautizado y sólo él logra el sentido completo de este tener que morir. El bautizado sabe que tiene que morir por su misma constitu ción física. La revelación le dice que la muerte es, además, castigo del pecado. Pero desde el día en que es bautizado todos los otros mo tivos para morir y cualquier otro sentido de la muerte pasa a segundo plano: el bautizado debe morir, antes que nada, para reproducir en sí mismo, en forma sensible —en su misma carne mortal—- la muerte de Jesús. El morir se convierte para él en un «conmorir» con Jesús. Este es el sentido más hondo, más esperanzador y fecundo de la muerte humana: es un «conmorir» con Jesús para llegar a «corresu- citar» en El a la inmortalidad. Y aquí es donde llegamos a percibir toda la grandeza del «misterio de la muerte»; porque entonces el misterio de la muerte se nos ofrece en contacto con el m isterio de Cristo y con el misterio de Dios mismo. Cuando el hombre llegue a comprender lo que significa «conmorir», al lado de Jesús Crucificado,
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