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ALEJANDRO DE V ILLA LM O N TE 61 lidad personal en cada uno de los cristianos. Por eso, todo a lo largo de nuestro estudio hemos apreciado la figura divina de Jesús en el fondo de todo lo que le acontece al bautizado. Cada uno de los as pectos estudiados no ha hecho más que dibujar un rasgo de la ima gen divina de Jesús. El bautismo nos da entrada en la Familia divina; pero esto acon tece en la medida en que el sacramento nos da participación en la filiación de Jesús: somos hijos en el Hijo de Dios. No podemos pre sentarnos solos ante el Padre, sino únicamente en Jesús. Por la Unión hipostática Jesús es constituido Hijo natural de Dios, pertenece a la Familia divina por derecho de generación natural. La gracia y los dones bautismales nos dan a nosotros esa misma filiación. Por el bautismo somos limpios de todo pecado. Pero con ello no hacemos más que imitar otro rasgo de la figura espiritual de Jesús: su cualidad de Pontífice santo, limpio de todo pecado (Hebr. 7, 29). Dios quiere que se grabe en nosotros la impecabilidad de Jesús y que llevemos en el alma este rasgo de su Hijo siempre que nos presen temos en su presncia. También implica el bautismo la necesidad y obligación de llevar una vida moral irrepresible. Pero la vida moral perfecta de un bau tizado la llamamos «vida cristiana» en el sentido más radical e intenso de la palabra. Efecto destacado del bautismo es la impresión de carácter. Ahora bien, el carácter es la extensión hasta el bautizado de la unción me- siánica de Jesús. La unción sustancial que le consagró a El como Me sías, —Rey, Profeta, Sacerdote de la humanidad entera;— llega par ticipada al bautizado y le hace sacerdote, rey y profeta ante la Tri nidad, junto a Cristo. Con toda razón podemos decir que el bautismo: reproduce en el hombre la imagen de Cristo, nos transforma en Cristo, nos configura con Cristo, nos hace «otro Cristo». Pero Jesús al presentarse ante el mundo no se ofrece El como el fin último, el término absoluto y de finitivo: Jesús es el Camino hacia el Padre. Toda la vida, la luz que vino a dar a los hombres la dispensa El como un «don» que también El ha recibido de otro: como «don» del Padre. En toda su acción y en su ser Jesús es la «Revelación» y el «Revelador» del Padre, de la Trinidad. Por eso el bautismo, al sumergirnos en Cristo, nos intro duce en una corriente de vida que no termina en Jesús mismo, sino que en Jesús nos lleva hacia la Fuente de la vida que es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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