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56 E L SACRAMENTO DEL BAUTISMO La vida matrimonial adquiere así un carácter de vida consagrada, y por tanto de vida que ha de ser un servicio sacerdotal. El amor mutuo de los esposos es símbolo del amor de Cristo a la Iglesia; y un testimonio de que el Señor verdaderamente tomó nuestra carne. Por el matrimonio el alma de cada consorte y su cuerpo queda «sellado por la Cruz» ; puesto que ya no es suyo sino del consorte. Esta entrega a otro en el matrimonio es símbolo, recuerdo y admonición continua de que la perfección de la vida humana no está en el amor egoísta, sino en la entrega a otro, que en último término es entrega a Dios o abertura hacia esa entrega. Para los bautizados los sufrimientos del matrimonio adquieren valor sagrado, como medio de configuración a Cristo crucificado y de participar en su muerte. En las Liturgias orientales la corona de los desposados se tomaba como símbolo del martirio. 5. El bautismo nos da participación en la dignidad profètica de Cristo. Tomamos aquí la función profètica en su sentido bíblico más ge nuino. Que no es el de predecir cosas futuras, sino de hablar «en nombre del Señor» y bajo su inspiración descubrir a los hombres el sentido divino y providencial de los acontecimientos pasados, pre sentes o futuros de la Historia de salud. Refiriéndose a Jesús la dig nidad profètica coincide con su función de Maestro, Predicador del Reino de Dios, Relevador del Padre y de sus planes de salvación sobre los hombres. A base de este significado primero, el profeta es también el «pregonero» de la salud de Dios y por tanto de sus maravillas y de su gloria entre los hombres. El hecho de que los bautizados tengan participación en la misión profètica de Cristo se demuestra por los mismos textos ya mencio nados más arriba (pp. 43-44). Resulta especialmente claro el de I Pet. 2, 9 ; todo bautizado está obligado a pregonar las grandezas de Dios, como lo hacía el «profeta». Esta «proclamación» de la gloria de Dios la realizan los bautizados en diversas formas: por medio de la palabra y por el ejemplo. Los padres de familia pueden y deben ejercer esta misión «profètica» enseñando a los hijos las verdades de la fe. En sus padres oyen los niños por primera vez la voz de la Iglesia y en ella la voz de Dios invitándoles a la fe sobrenatural. Todos los fieles deben cumplir esta obligación ya sea con sus «palabras de admonición» y oportunos con sejos a sus semejantes; ya sea con el ejemplo edificante que irradia a Cristo. Esta dignidad «profètica» de los bautizados recibe su pleno de
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